Tierra del fuego by Francisco Coloane

Tierra del fuego by Francisco Coloane

autor:Francisco Coloane [Coloane, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1955-12-31T16:00:00+00:00


Rumbo a Puerto Edén

—¡Quizá qué barbaridades cometería el hombre, si no se le dominara! —exclamó Dámaso Ramírez, patrón de la goleta Huamblín, mientras pasaba de una mano a otra las cabillas del timón.

—No es tan malo… —le replicó el marinero Ruperto Álvarez, y agregó, sin darse bien cuenta de lo que hablaba el patrón—: ¡Ya ve usted lo que sucedió en el naufragio de la Taitao: un solo hombre nos salvó a todos los tripulantes!…

—No —rectificó el patrón—; si yo estoy hablando de este Villegas…

—Cuando dijo «el hombre», yo creí que hablaba de todos…

—No, de este cocinero que otra vez nos ha dejado sin carne. Cuando los buzos se den cuenta, la que se va a armar…

—¿No compró la carne al salir de Puerto Montt?

—Nada, dice que las carnicerías estaban cerradas cuando zarpamos.

—De jodido no más lo ha hecho; ya andará con la mala otra vez.

—Así creo; este hombre es de mala entraña, y si no se le dominara, quizá qué barbaridades haría.

La Huamblín, una goleta de sesenta toneladas, navegaba con su motor auxiliar, pues había viento en contra, a la cuadra de las Desertores, un grupo de seis o siete islas que constituyen el último vestigio del archipiélago de Chiloé; también son los últimos lugares habitados antes de penetrar por los desolados parajes de los mares del sur. Están situadas precisamente a la entrada del golfo de Corcovado, que, como su nombre lo indica, no deja pasar nave sin hacerla corcovear sobre sus tempestuosos lomos.

Hacía un día y medio que la goleta había zarpado de Puerto Montt con rumbo a Puerto Edén, puerto natural enclavado al otro lado de la angostura Inglesa, ya en plenos canales magallánicos, y por negligencia o maldad de su cocinero se encontraba a esas alturas sin un pedazo de carne para dar a sus cuatro tripulantes y a los tres buzos que llevaba para la pesca de choros en Puerto Edén. Promediaba el otoño y la goleta debería recorrer durante todo aquel invierno los canales, ancones y fiordos adyacentes a ese lejano lugar.

Su misión era buscar las chalupas choreras diseminadas por esos parajes, ensacar los moluscos y conducirlos en su bodega hasta los barcos del cabotaje que recalaban en Puerto Edén con destino a la zona norte.

—No nos queda más remedio que poner rumbo a las Desertores —dijo Ramírez, al percibir las primeras oleadas del golfo, y cambiando de tema inquirió al viejo marinero—: ¡Cuéntame cómo fue eso de la Taitao!

—Sucedió hace añitos, patrón. Era una barca de cuatro palos muy bien aparejada. No una cascarria como esta Huamblín. Se nos hizo astillas contra las piedras de la isla Huapi, cerca de San Pedro. Uno de los marineros alcanzó la costa con un cabo amarrado a la cintura, y allí lo amarró. El capitán, sobre una piedra pelada como una mesa, aguantó la otra punta del cabo y nos salvamos todos, agarrándonos a él. Sabía que cuando le llegara su turno no habría nadie sobre la piedra para sostenerle el cabo; pero no quiso que nadie lo reemplazara.



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