Tierra de lobos by Nicholas Evans

Tierra de lobos by Nicholas Evans

autor:Nicholas Evans [Evans, Nicholas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1998-08-31T16:00:00+00:00


Capítulo 19

Dan Prior no era un hombre religioso. A lo más que llegaba su indulgencia era a considerar la fe como un obstáculo para el conocimiento, una excusa para no enfrentarse al presente. A nivel más práctico, era de la opinión de que cuando hay algo que arreglar vale más intentarlo uno mismo que dejarlo en manos de alguien a quien nunca se ha visto, y que hasta puede no presentarse.

Había, sin embargo, dos ocasiones excepcionales en que Dan recurría a la oración. La primera era los sábados por la noche, cuando su hija tardaba más de lo convenido y no llamaba (se había convertido en algo tan habitual que Dios no tardaría en considerar a Dan como un nuevo recluta). La segunda era cuando volaba, y por pura lógica: a miles de metros de altitud en poco podía ayudarse uno a sí mismo, y si por casualidad había Alguien ahí arriba, al menos se estaba bien situado para captar su atención.

Dan estaba procurando que el Cessna no cediera al viento huracanado del norte, y por una vez no rezó ni por su seguridad ni por la de Helen. Escudriñando las zonas más altas del valle de Hope, comprobó hasta qué punto había corrido la voz sobre las supuestas pérdidas de Abe Harding. Por todas partes había ganaderos reuniendo a las reses para hacerlas bajar de sus pastos de verano. Así pues, Dan recurrió al tono del salmista para implorar al Señor que todos los rancheros que se veían desde la avioneta, montados en caballos que parecían garrapatas, encontraran sano y salvo a su ganado.

Después de ver que la sombra de la avioneta adelantaba al último jinete, Dan volvió a mirar hacia adelante. Las montañas describían una curva hacia el norte, semejantes a una columna vertebral en estado fósil con las vértebras espolvoreadas de nieve reciente. El viento había despejado el cielo, barriendo las últimas brumas estivales y dejándolo de un azul nítido y sin confines. Con ese color, tenía uno la sensación de poder hacer un viaje de ida y vuelta a la luna sin más requisitos que algo más de gasolina.

Dan se guardó su lirismo para sí, consciente de que Helen no se hallaba en condiciones de valorarlo. Estaba encorvada en el asiento de al lado, explorando las ondas y ocultando su resaca bajo unas gafas de sol y una gorra vieja de los Minnesota Timberwolves. Cada vez que la miraba de reojo, Dan tenía la sensación de que su cara había adquirido un tono verde todavía más ceniciento.

Helen había llegado al aeródromo de Helena con un vaso grande de café comprado de camino, avisando a Dan que no estaba de humor para bromas. Su estado era tan deplorable que al detectar la primera señal, tres o cuatro kilómetros al sur de Hope, hizo un gesto de dolor y bajó el volumen.

La señal procedía del macho joven. Cambiando de frecuencia, Helen no tardó en captar la de la madre. La intensidad de ambas llegó a su ápice al



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