Tiempo de dragones. La profecía imperfecta by Liliana Bodoc

Tiempo de dragones. La profecía imperfecta by Liliana Bodoc

autor:Liliana Bodoc [Bodoc, Liliana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T16:00:00+00:00


Tercera parte

El sitio

MÉREC, AÑOS 935 A 958

DEL CALENDARIO QUINTO

El Norte de Mérec, selvático y caliente, fue el destino preferido de comerciantes y aventureros. No así del linaje Dratewka y su ejército. El clima del Norte les resultaba nocivo y la naturaleza estruendosa. Por eso, la presencia Dratewka en el basto Norte de Mérec era débil y se limitaba a asentamientos precarios, más administrativos que militares. Tras algunas escaramuzas, los arayés del Norte y los comerciantes aprendieron a tolerarse. Y aunque de tanto en tanto combatían y tomaban prisioneros, las cosas solían resolverse con intercambios o pactos aceptables para ambas partes.

El linaje Dratewka eligió el Sur marítimo para alzar Oras Viitor, su principal emplazamiento. Alrededor, los arayés se mantenían silenciosos. Pero tal como Mare Limba lo sospechó desde su arribo a Oras Viitor, era un silencio que nada tenía de resignación.

Dime, Tatalíe —preguntó la gura antes de encender hojas de tabaco—. ¿Se aplican nuestros castigos lo suficiente?

—Desde que llegamos. Un gran empalamiento ordenado por mi querido Constantín aplacó a los monos.

Tatalíe Dratewka y Constantín Dratewka, comandantes de los primeros asentamientos en Mérec. Skuba Dratewka pensaba reemplazar a los hermanos apenas pacificaran el territorio, pero no llegó a completar su juego. Para eso estaban Mare Limba, su paciencia y su implacable decisión.

Tatalíe, quien sólo por edad sostenía el título de jerarca, era un hombre de escasas luces. Tenía una oveja como mascota. La llamaba Mi Bien y solía acostarla sobre sus coyunturas doloridas. El soberbio Constantín, que contaba la mitad de años que su hermano, era quien tomaba las decisiones sobre los nativos: el primer gran empalamiento, tan numeroso que alcanzó a rodear con cadáveres una aldea, y el envío de arayés a las minas de oro del Oeste.

Mare Limba y Tatalíe aspiraban tabaco.

—¿Piensas entonces que los arayés ya no significan un riesgo?

—¡Eso mismo! —Tatalíe hizo un gesto de despreocupación—. No son de temer. Con apenas matar a algunos de ellos, logramos que el resto se amansara. Trabajan para nosotros, nos traen tabaco. Te gusta el tabaco, ¿verdad?

Tatalíe estaba exultante por la llegada de la Mare Limba: ahora, igual que el Gran Conde de Terentigani, tenía su propia gura.

—Nuestros barcos ya casi no llegan —se lamentó—. ¿Cuánto demorará la peste en abandonar Terentigani?

—En tu lugar no me quedaría esperando —respondió Mare Limba—. Me abocaría a erigir aquí un nuevo reino.

—No me gusta eso que dices —Tatalíe metió los pies bajo la oveja, echada junto a su silla—. Necesitaré algo para calmar mis dolores.

A Mare Limba la enfurecía ser tratada como una cocinera de remedios, pero por el momento se obligaba a soportarlo. Tenía veinte años y un plan que requería la paciencia de una anciana.

—Me encargaré —dijo—. Y también me dedicaré a buscar una mascota digna de los jerarcas Dratewka.

Tatalíe miró a su oveja.

—Mi Bien… ¿Qué tiene de malo?

—No impone respeto.

—Tú no has visto a mis perros —rio Tatalíe—. Tengo cinco perros.

—Los he visto. Tampoco hablo de un perro. Hablo del miedo.

—¿Entonces?

Mare Limba se puso de pie.

—Si me lo permites, voy a retirarme.



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