Texas by Carmen Boullosa

Texas by Carmen Boullosa

autor:Carmen Boullosa [Boullosa, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2012-12-31T16:00:00+00:00


Voltean a ver al Seco: no se ha dado por aludido. Cortan en seco y empiezan con una más directa:

El domingo fue de gusto

porque me diste tu amor,

y por eso me emborracho

con un señor sotol.

El lunes por la mañana

bastante malo me vi.

Fui a curarme al de Ronsard,

se me pasó y la seguí.

Allá en la pradería, en Rancho del Carmen, los hermanos mayores de Nepomuceno, José Esteban y José Eusebio, se afanan en conservar la calma. Digieren la nueva de lo que ha pasado a Nepomuceno. Deben proteger a doña Estefanía, a las tierras, al ganado, a los hombres… Planean emprender una brigada, entienden su misión.

En la cocina de Rancho del Carmen, lo del siempre, pase lo que pase hay salsas de sabores delicados, envuelven carnes y verduras en hojas y atados, los someten al calor en preciosas cazuelas; a los platos de la mesa de comedor llegan guisos insólitos. Todo se guisa aquí con cuidado, detenimiento y arte. Si se la mide por lo que huele, doña Estefanía (de ella sale toda indicación de cómo se cocina, y la última mano) no parece darse cuenta de que está por estallar una guerra, y de que es su hijo quien la conduce.

Conversaciones escuchadas al vuelo en casa de los Stealman:

—Un grupo de colonos decide limpiar Texas de todo residuo de tribus indias. Trescientos caddo escapan a Oklahoma. Asesinan al traidor que colaboró para que se libraran del cuchillo.

Estas otras entre las esclavas —menos hilvanadas, pues son más bien frases soltadas entre un ir y un venir:

—¿Cómo quedaron los bizcochos?

—Pruébalos, y no preguntes

…

—¿Pus quién es el alcalde?

—¿Para qué quieres saber?

—Nomás

…

—¿Ya vaciaste la escupidera del señor?

—¿Cómo crees?, ¡están las visitas!

—Vacíala igual

…

—¿Viste que la señora del vestido rosa anda pidiendo el orinal?

…

—¿Y a ti qué te pasa, de qué lloras?

—Es que el señor del pañuelo azulito me vino a meter mano en el pasillo…

—Ya, ya, ya… yo creí que te pasaba algo… Pus tú hazte la que no pasa nada

—Fácil se dice, ni te digo lo que me hizo porque te vomitas

—Dímelo

—Me metió el dedo

—¿Dónde te metió el dedo?

—¡Donde va a ser! —las interrumpe otra—, tú límpiate esa cara, arréglate el mandil y pasa la charola otra vez, niña.

…

En voz muy alta, uno de los visitantes recita de memoria: «La justicia y la benevolencia de Dios no permitirá que Texas quede otra vez más en manos del desierto hollado solo por salvajes, ni que quede siempre regido por la ignorancia y la superstición, la anarquía y la rapiña del régimen mexicano. Los colonizadores han llegado cargando su lenguaje, sus hábitos, su natural amor por la libertad que los ha caracterizado siempre, a ellos y a sus antepasados».

—¿De quién son esas palabras? —le preguntan.

—No puedo decírselo, a mí me las dijeron, quien me las pasó ignoraba el autor.

En Matasánchez, la negra Pepementia se ha alejado del centro de la ciudad y se ha acercado a la margen del río, donde queda el mercado de mariscos, a esta hora ya cerrado, las callecitas vacías. Va pensando. No sabe dónde camina.



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