Tengo a papá by J. J. Benítez

Tengo a papá by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [Benítez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2017-08-31T16:00:00+00:00


Tras el descalabro del grupo de Joaquín, el mayor Saucedo, de la inteligencia militar boliviana, me pidió que le acompañara a Vallegrande con el fin de interrogar a Paco, el único superviviente del grupo guerrillero.

Lo hice encantado.

Y el 3 de septiembre volamos desde Santa Cruz de la Sierra.

Al entrar en el hospital de Nuestro Señor de Malta, donde se hallaba José Castillo (alias Paco), quedamos desconcertados.

El prisionero, sentado en una silla, aparecía rodeado por diez soldados, armados hasta los dientes. Los militares le apuntaban con los fusiles, dispuestos a abrir fuego a cualquier movimiento. Paco era un pobre hombre, sucio y herido, que no sabía dónde mirar.

El guerrillero había sido torturado por el coronel Selich.

Le fueron arrancadas las uñas, una a una, pero Paco no dijo nada.

Quedé asombrado. Y me propuse trasladar al prisionero a la ciudad de Santa Cruz.

Pero tropecé con la obstinación de Selich.

El coronel había comunicado a la prensa que Paco estaba malherido y que no tardaría en morir. En realidad, el guerrillero solo tenía heridas superficiales. El coronel Selich pretendía fusilarlo.

Hablé con el general Lafuente y solicité la custodia del subversivo.

Selich se opuso, pero conseguí convencer al general. Yo podía obtener información, pero por otros métodos.

Metí a Paco en un avión y conseguí trasladarlo al cuartel de la Octava División, en Santa Cruz de la Sierra.

En el camino, el guerrillero, que no dejaba de gritar, aseguró que él había sido engañado y que no deseaba luchar con la guerrilla.

Necesité dos semanas para convencerlo de que nadie lo mataría. Lo curé y, poco a poco, fue contando lo que necesitábamos.

La información fue clave.

Supimos quiénes eran los guerrilleros, confirmamos la presencia del Che, y Paco habló de cómo funcionaba el grupo. La vanguardia siempre se movía por delante, a cosa de mil metros. Después caminaba el grueso de la guerrilla, o «centro», y, también a mil metros, se desplazaba la retaguardia.

Nos dijo quién había muerto y cuál era el estado de la guerrilla. Según Paco, la situación era muy mala. Carecían de alimentos y el contacto con el exterior era nulo.

Y aclaramos igualmente otro de los errores que circulaba desde la destrucción del grupo de Joaquín. El Che no había muerto. La confusión se debía a la muerte de David Guevara, un boliviano que formaba parte de la referida retaguardia de Joaquín.

El guerrillero contó que la situación del Che era penosa. Viajaba a lomos de una mula y los hombres tenían que ayudarle a subir y bajar de la caballería. El asma lo estaba matando. Fumaba en una pipa de plata y marchaba siempre en el «centro» de la columna. Sus hombres (los cubanos) lo trataban como a un dios. Llevaba dos relojes y jamás se lavaba. Olía a muerto.

La información, como digo, fue utilísima.

Meses después, Paco ingresó en los servicios de inteligencia del ejército de Bolivia. Hoy es un convencido anticomunista.



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