TEMPLO DE SANGRE by EUGENIO AGUIRRE

TEMPLO DE SANGRE by EUGENIO AGUIRRE

autor:EUGENIO AGUIRRE
La lengua: spa
Format: mobi, epub
editor: PLANETA
publicado: 2015-11-18T06:00:00+00:00


IX

Rosaura ronda el camastro de Pedro Chimalli. A pesar de que la violó y desolló, le guarda cierto cariño. ¿Por qué? No sabe ni quiere averiguarlo. ¿Sofocones de la vida que la trascienden y continúan en la menopausia de la muerte? Puede ser. O quizá porque después de que le arrimaron el pito las hordas de los kaibiles, Pedro, el último en montarla, tuvo la gentileza de llamarla por su nombre y el único en hacerla gozar mientras se le escapaba el aliento postrero.

También cuidó sus facciones para que la máscara confeccionada con la piel de su cara quedara hermosa y bien estirada. «¡Hasta me quitó unos años! —musita en silencio agradecida—. Se comportó como una monada, y eso que es uno de los sicarios más desalmados que he conocido. Un loquito, creo que así debe haber sido, que canceló sus sentimientos con el primer berrido que dio, casi en el momento en que su mamá se lo sacudió del vientre y lo arrojó en un basurero como si fuera una porquería. ¡Pobrecito, qué culpa tiene de ser más frío que un barquillo de nieve de guanábana! Para mí que merece un regalo —dice compungida—, y por eso le he traído este Rolex que le chingué al pendejo de Enedino Cué, el mismo día que quiso presumirlo».

Pedro Chimalli está más dormido, ahora sí se vale la cuasi cacofonía, que un durmiente de las vías del ferrocarril que pasa por la estación de Nonoalco. Por ello no se entera de que Rosaura le coloca el reloj en la muñeca, en cuya tapa chapeada de acero lleva grabada una leyenda amorosa, ni que con la mano izquierda le da la bendición de la Santísima Muerte. Tampoco, que esta espectral criatura toma en sus manos su propio cráneo —imitando a Johnny Depp en La leyenda del jinete sin cabeza—, lo contempla con admiración morbosa y le desea ir a parar en un lugar donde pueda recrear las emociones fuertes que tuvo en su farándula tabasqueña.

Rosaura desaparece al tiempo que Pedro abre los oclayos, lanza un bostezo y exclama: «¡Ah, chingaos, chingaos! ¡Qué sueño más loco acabo de tener!», obviando su descripción. Luego, se mete al baño con toda cachaza, despacha una cagarruta, y sin lavarse las manos cepilla con fruición sus dientes. Dos cosas, a pesar de las legañas que empañan sus ojos, atraen su atención: «¡Qué pinches dientes tan parejos tengo! Creo que debo ponerme una incrustación de oro en cualesquiera de los colmillos —piensa con la bocaza abierta—. Me dará un toque coqueto, travieso y simplón», agrega y guiña un ojo. Luego, ahora sí, al lavarse las manoplas ve el reloj que circunda su muñeca izquierda. Lo mira, lo toca y no puede creerlo. «¿De dónde salió esta chingadera?», se pregunta porque no recuerda habérselo birlado a ninguno de sus últimos fiambres. Se lo quita y lo observa por todos lados. La leyenda grabada lo vincula a una relación amorosa con una tal Rosaura. La fecha debe ser un error o una triquiñuela del tiempo, porque, que él sepa, faltan varios meses para que esta llegue.



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