Temperamentos by G. K. Chesteron

Temperamentos by G. K. Chesteron

autor:G. K. Chesteron
La lengua: spa
Format: epub
editor: Jus Ediciones
publicado: 2017-10-10T00:00:00+00:00


Seguid burlándoos, seguid, Voltaire, Rousseau,

Seguid burlándoos, seguid, aunque es inútil,

Habéis lanzado arena contra el viento

Y éste os la devuelve.

[Mock on, mock on, Voltaire, Rousseau, | Mock on, mock on, ‘tis all in vain, | You throw the sand against the wind | And the wind blows it back again.]

Una imagen excelente para denostar a quien blande los detalles como un arma.

Existen ciertos conceptos de Blake que no me parecen en absoluto admirables y que me niego rotundamente a defender. Algunas de sus ideas no son, en realidad, sino aquello que el medievo llamaba herejías, y que hoy (con un instinto igualmente saludable, pero con menos claridad científica) solemos describir como caprichos. Sin importar si se trata de una o de otra cosa, resulta fácil de definir: igual que una herejía, un capricho es la exaltación de algo que, aún siendo cierto, es secundario o temporal por naturaleza, frente a aquellas cosas que son esenciales y eternas: las que prueban ser verdaderas en el largo plazo. En resumen, se trata de anteponer el ánimo, las manías, a los dictados de la razón. Por ejemplo, parece legítimo preguntarse si las ostras no sufrirán al ser comidas, pero es un capricho pretender matar de hambre a seres humanos por impedirles comer ostras. Es sin duda legítimo sentirse compelido a asesinar al señor Dale Carnegie, pero es un capricho sostener seriamente que cualquier individuo tiene derecho a hacer tal cosa. Todos tenemos momentos de emoción en los que quisiéramos comportarnos groseramente en el salón de una casa, pero es un capricho pretender transformar todos los salones en lugares donde somos groseros. Todos tenemos en algún momento la tentación casi sagrada de gritar de pronto a toda voz, pero querer ir gritando por ahí lo que nos resta de vida es un capricho. Quien tira una bomba es un asesino, pero quien arroja bombas constantemente es, en el mejor de los casos, un fanático. Éste es el problema que, en parte, envenenó a la gente de la que William Blake heredó, si no la sangre, sí la perspectiva. El verdadero problema del puritanismo no es que haya sido un prejuicio absurdo, ni tampoco (como pudiera parecerle a algunos) que se tratara de una forma de culto satánico. Sus motivaciones originales no eras ésas.

El puritanismo fue una manía honorable, una moda bienintencionada; en otras palabras: un error digno de encomio. Todos nos hemos encontrado alguna vez en un estado mental en el que desearíamos destruir crucifijos y mitras dorados simplemente porque son dorados. Sabemos hasta qué punto resulta natural en ciertos momentos sentir ganas de darle un puntapié a un clérigo tan sólo por que es un clérigo. Pero si nos cuestionamos con seriedad si a la larga la humanidad no es más feliz con una religión vestida de dorado en vez de gris, llegamos a la conclusión de que el oro de la cruz o el cáliz le da más placer a la mayoría que dolor momentáneo a nosotros mismos.



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