Te ayudo yo by Corín Tellado

Te ayudo yo by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-31T16:00:00+00:00


8

Más tarde debió dormirse porque sintió como si algo se moviera junto a él y después el peso de una manta, sobre su cuerpo.

Se relajó.

Pretendía mantener cerrada su mente.

Su instinto masculino.

¿Por qué no?

No…

Cierto, había sido de otro.

Pero no por eso tenía que ser de él.

Oyó, como entre sueños, sus pasos alejarse y el crujir del lecho detrás del biombo, y se apretó las sienes con ambas manos.

Había una vida junto a él. Una vida femenina.

¿Y qué?

Dio la vuelta en el canapé que hacía de lecho.

Se cubrió, incluso, la cabeza con la manta.

Pero eso no evitaba que pensara y pensara en mil cosas pecadoras.

En mil deseos doblegados.

¿Él, de Ute?

¡Dios santo! Si Ute jamás dejó de ser su amiguita.

De repente no era solo su amiguita. Era su mujer.

Se sentó en el canapé, echó pie a tierra.

Se quedó envarado.

Oía la respiración acompasada al otro lado del biombo.

¿Dormía?

Atosigó su mente. Apretó de nuevo las sienes.

«Eres un cerdo, Alex», se dijo sin palabras.

No lo era. Estaba pasando por una situación comprometida. Inquietante. Solo eso.

—Alex… ¿te ocurre algo?

Prefería no oír su voz, ni su respiración, ni su presencia.

—No… no… Voy a dar una vuelta por fuera.

Caminaba hacia la salida.

Sintió frío. Como si algo le estallara en las sienes.

Respiró mejor.

El frío helado de la noche produjo un bienestar extraño.

Sintió que necesitaba aquel frío en las sienes, en los pulsos, en cada una y todas de sus ansiedades desconocidas.

Giró sobre sí y quedó erguido. Mirando a lo alto, como si contara las estrellas.

Pero lo cierto es que no las contaba, que las miraba con expresión hipnótica, como si el hecho de mirarlas evitara que su cerebro continuara pensando.

—Alex, ¿estás ahí?

Giró un poco la cabeza.

Ute tenía una voz grave, profunda. Una voz que él, de súbito, hubiera deseado oír en su oído y perderse en su boca y acogotarse en su pecho.

¿Estaba loco?

La vio en el umbral, iluminada por la luz que salía proyectada del interior. Erguida, enfundada en una bata de casa, abierta casi hasta la cintura y allí prendida por un cinturón, y veía el camisón color rosa, de fina tela, transparente, lleno de puntillas.

Cerró los ojos.

¡Cielos! Él nunca fue un sádico y de repente se sentía como si lo fuera, y mil pecados le acogotaban la mente.

Despertaban todas y cada una de sus ansiedades siempre aletargadas.

Jamás experimentó un deseo demasiado fuerte, porque no tuvo tiempo, porque si lo sentía lo satisfacía y en paz.

Aquello era diferente.

Y Ute era su amiga del alma, la muchachita que lo necesitaba, la vecina desconsolada que había cometido una estupidez amorosa y había de cubrirla él y la estaba cubriendo.

Avanzó con paso resuelto recuperándose.

—Será mejor que te vayas a la cama —dijo y cruzó el umbral pasando por delante de ella.

La miró desde el interior.

—Será mejor que cierres la puerta, Ute —dijo con ronco acento—. Entra un frío de todos los demonios.

La miraba como distraído y la veía menuda, esbelta, femenina hasta entontecer. Con el cabello castaño cayéndole en la cara, los ojos tan azules, la boca húmeda, sensual…

Apartó la mirada



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.