Tangerina by Javier Valenzuela

Tangerina by Javier Valenzuela

autor:Javier Valenzuela [Valenzuela, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-02-28T16:00:00+00:00


32

En el cruce de las calles de México y de Inglaterra, al poco de llegar a mi casa, me detuve, retrocedí dos pasos y le di una limosna de diez dirhams a una anciana ciega. Había tantos mendigos en las calles marroquíes que se terminaban haciendo invisibles, pero de eso no tenía la menor culpa aquella pobre mujer.

Desoí las menciones a Alá de su agradecimiento, entré en el portal de mi finca, atravesé la alcaicería de tiendas de caftanes que ocupaba sus bajos y tomé el ascensor. Ya en mi apartamento, busqué alguna botella de ron o whisky, pero no di con ninguna que no estuviera tan vacía como los discursos navideños de los jefes de Estado. Encontré un resto de kif en el cajón de mi mesa de trabajo y me preparé una pipa.

Di una calada profunda al sebsi. Retuve el humo en los pulmones un buen rato y lo exhalé despacio. Miré alrededor. No me apetecía leer, no me apetecía poner música y, desde luego, no me apetecía seguir dándole vueltas al encaje de las piezas de un rompecabezas cada vez más enrevesado. Lo malo era que, tras el almuerzo en la residencia del cónsul y a la espera de una llamada de Chukri con noticias de Patrick, tenía libre el resto de la tarde del viernes y toda su noche.

Solo después de la tercera calada encontré algo en lo que ocuparme. El cannabis consiguió que el enorme paquete que reposaba en mi mesa de trabajo me suplicara a gritos que lo abriera de una puñetera vez. Es lo que hice con un cuchillo que traje de la cocina, y de él salieron, como cabía esperar, varias carpetas amarillentas que contenían fotos abarquilladas y papeles acartonados. Mi exmujer Clara había sido inmisericorde: había vaciado el domicilio familiar de Chamberí de cualquier documento relativo a mi persona que no contuviera un indicio de dinero o propiedades.

Aparté una fotocopia compulsada de mi título de licenciado en Filología Hispánica; igual podía resultar de utilidad algún día, quién sabe. Descarté libretas con resultados escolares de mis años de primaria y bachillerato: con el título universitario, pensé, ya era suficiente. Encontré unas cuantas fotos de mi infancia y adolescencia que hacía muchísimos años que no veía: la primera comunión en la iglesia madrileña de Santa Teresa y Santa Isabel, paseos por el Retiro, vacaciones en las playas de Málaga, excursiones a Ávila, Segovia y Toledo, ese tipo de memoria común a tantos españoles de mi generación.

A mi padre se le veía alto, serio y tenso en las fotos en las que aparecía; a mi madre, triste, elegante y hermosa. Así era como yo los recordaba: un matrimonio que sostenía una relación fría y formal, como tantos otros. Mi padre siempre educado con mi madre, mi madre siempre distante con él, sin que entre ellos circulara ya nada parecido al amor que debía de haberles llevado al Tánger internacional.

Vacié la cazuelita del sebsi, volví a llenarla de hierba, la encendí e inhalé. Examiné una



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