Sufrían por la luz by Tahar Ben Jelloun

Sufrían por la luz by Tahar Ben Jelloun

autor:Tahar Ben Jelloun [Jelloun, Tahar Ben]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2000-12-31T16:00:00+00:00


18

Caído del cielo, como un mensaje o un error. Un pichón o una paloma se había deslizado por el ventanuco central y había caído en el silencio de nuestra densa oscuridad. Al Ustad Gharbi no le cupo duda «Es una paloma. Entiendo de eso».

Nadie intentó contradecirle. Para nosotros, era un acontecimiento que nos caía del cielo. No era un entierro ni una crisis de dolor. Nos sucedía algo que nadie hubiera podido prever.

La paloma volaba chocando contra los muros. El Ustad la llamó imitando el ronroneo de los pichones. Ella se dirigió hacia su celda, pero no había por donde pasar. Se había acurrucado en una esquina, probablemente dormía. Cuando los guardias abrieron la primera celda, entró en ella. Se convirtió en huésped de Mohamed. Los guardias no advirtieron nada. Como de costumbre, tenían prisa por dejar sus féculas y marcharse.

Mohamed estaba contento como un niño. Le hablaba, nos decía que era un signo del destino, que era preciso cuidarla y convertirla en un mensajero: «La adoptaremos, le daremos un nombre. Será nuestra compañera y la entrenaremos para que lleve mensajes al mundo exterior, a nuestras familias, tal vez incluso a los militantes de los derechos del hombre…».

El Ustad respondió: «Deberías entregármela y yo le enseñaría a nombrar a Dios. Todas las palomas conocen a Alá».

Bourras, el número trece, que solía permanecer silencioso, se mostró muy excitado por esa presencia entre nosotros: «La llamaremos Hourria: ¡Libertad!».

Mohamed le decía, dándole de comer: «¡Hourria! Oh Libertad nuestra, has venido hasta aquí para traernos un mensaje. Estoy seguro de que no has caído aquí por azar. ¿Quién ha podido enviarte? En tus patas no hay anilla ni nota. Ha sido Dios, entonces, quien te ha dirigido hacia este agujero».

Su vecino, Fellah, el número catorce, se mostraba lírico: «Oh paloma mía, símbolo de paz y de alegría, hoy estás aquí porque Dios se ha apiadado de nosotros, y porque una gracia real se habrá pronunciado en nuestro favor. A fin de cuentas, no somos responsables de lo que hicieron otros».

Nuestro reloj parlante intervino, categórico:

—No forma parte de las costumbres de palacio avisarnos con el envío de una paloma. Si algún día obtenemos gracia, lo sabremos cuando comamos mejor y un médico venga a auscultarnos. Si debemos salir, es preciso que tengamos buena salud. Dicho eso, la paloma es una bondad de Dios. Nos aporta cierta diversión.

Mohamed no compartía esta opinión «¿Una diversión? No, un acontecimiento. Alguien se dirige a nosotros. De momento, la guardaré. Me hará compañía».

Protestas de los demás:

—No, nos pertenece a todos —dijo Bourras.

—Seamos democráticos: nos la repartiremos equitativamente. Pasará un día y una noche con cada uno de nosotros —dijo Fellah, el número catorce.

Así fue como Hourria pasaba de celda en celda cuando los guardias servían las féculas. Se reían de nosotros. Uno de ellos dijo: «No os la comáis viva, tendríais cólicos».

El otro añadió: «Tal vez sea una trampa. Debe de tener una enfermedad contagiosa. Tendríais que cambiarle el nombre y llamarla El Mouth (la Muerte)».

Lo creí por unos instantes. Pero la lógica de la perversidad de la que éramos víctimas no cuadraba con aquella hipótesis.



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