Sucederá ayer by Elliot Dooley

Sucederá ayer by Elliot Dooley

autor:Elliot Dooley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1982-12-31T23:00:00+00:00


CAPITULO VI

Ya estaba vencido el plazo que se habían asignado Jong y Mendel para llevar a término sus respectivos trabajos.

Al caer la noche del día elegido, puestos previamente de acuerdo, los cuatro viajeros del Tiempo se deslizaron subrepticiamente al interior de la cápsula, evitando ser vistos.

Ninguno quería que la ingenua gente del futuro sospechase que iban a marcharse. Los cuatro sabían que les consideraban como a dioses o como a mensajeros de éstos.

No se sentían con ánimos para comunicarles que debían partir y, por otra parte, temían que algo así provocase una reacción de alcance y consecuencias imprevisibles.

Era mejor no tentar la suerte y marcharse por sorpresa, del mismo modo que habían ido hasta el futuro.

Instalados de nuevo en la «4-D-I», ocupando los cuatro los mismos puestos que en el viaje anterior, todos ellos, como si estuvieran de acuerdo también en eso, dirigieron una última mirada a aquel mundo al que no esperaban volver, pero que sí deseaban mejorar de tal forma que no se pareciera ni remotamente al que existía.

Tal que si hablara en nombre de los demás, Irving Jong exclamó:

—¡Adiós, futuro!... Nos volvemos al ayer y ojalá podamos hacer algo en éste que evite semejante desenlace.

Instantes después, el físico nuclear accionó los mecanismos de puesta en marcha de la cápsula.

La «4-D-I» se puso en movimiento y, en medio de fuertes sacudidas y del ruido del turbo-reactor, entró en aquella zona a la que los expedicionarios llamaban ya «el túnel del tiempo».

La oscuridad más densa y completa rodeó a la cápsula.

El viaje que ahora estaba efectuando la «4-D-I» era hacia una época anterior.

Estaba dando un salto atrás en el tiempo.

Los cuatro viajeros permanecían callados, expectantes, aguardando con impaciencia el momento en que se detuviera la cápsula.

De pronto, el ruido se hizo atronador y más fuertes las sacudidas que zarandeaban a la «4-D-I».

—¡Atentos! —exclamó Jong—. ¡Estamos llegando a nuestra nueva meta... ¡Nos disponemos a emerger!

La cápsula volvió a estabilizarse otra vez y apareció en la superficie terrestre, en una época que correspondía a las coordenadas establecidas por el profesor Irving Jong, pero en un lugar del globo que él no había podido ni podía seleccionar.

En ese aspecto los viajeros del Tiempo quedaban a merced del destino, del azar, de la suerte...

La «4 D-I» quedó materializada, con sus cuatro ocupantes, en una vasta extensión de terreno, llano, casi arenoso, carente de toda clase de vegetación, inhóspito. Estaba acotado por espesas alambradas metálicas electrificadas. De trecho en trecho se alzaban ominosas y macizas torres de vigilancia, en las que se hallaban unos centinelas fuertemente armados, atentos a los movimientos de quienes se encontraban encerrados allí, en lo que tenía todas las trazas de ser un enorme campo de concentración... de refugiados o de prisioneros.

Se trataba de una auténtica muchedumbre humana constituida por gente de varias razas.

Había ancianos y niños de ambos sexos, y mujeres adultas, pero no hombres en edad de combatir. De éstos no podía verse ni uno solo. Aquélla era, precisamente, una de las secuelas de la pasada guerra mundial. Para los combatientes no podía haber otra opción posible que la de matar o morir.



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