Stalingrado by Antony Beevor & Artemis Cooper

Stalingrado by Antony Beevor & Artemis Cooper

autor:Antony Beevor & Artemis Cooper
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia
publicado: 1998-01-01T00:00:00+00:00


Cuarta parte

* * *

La trampa de Zhukov

15

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La operación Urano

Apenas pasadas las cinco de la madrugada del jueves 19 de noviembre, sonó el teléfono en el cuartel general del VI ejército. El estado mayor de operaciones estaba alojado en Golubinski, una gran aldea cosaca en el margen derecho del Don. Fuera, había comenzado a nevar, lo cual, combinado con la niebla helada, impedía a los centinelas ver más allá de unos pocos metros.

La llamada era del teniente Gerhard Stock, el lanzador de jabalinas con medalla de oro, que se encontraba con IV cuerpo del ejército rumano en el sector de Kletskaia. Su mensaje quedó archivado en el diario de guerra: «Según la declaración de un oficial ruso capturado en el área de la 1.ª división de caballería rumana, el ataque esperado debería comenzar hoy a las cinco de la madrugada en punto». Puesto que no había otro signo del inicio de la ofensiva, y eran ya más de las cinco, el oficial de guardia no despertó al jefe del estado mayor del ejército. El general Schmidt se enfurecía si se le molestaba con una falsa alarma, y recientemente había recibido muchas de éstas procedentes de las divisiones rumanas situadas al noroeste.

En realidad, durante toda la noche, los zapadores soviéticos con sus trajes de camuflaje blanco habían estado avanzando a gatas en la nieve, transportando minas anticarros. La artillería y las baterías de morteros rusos concentrados cargaron a las 7.20 horas rusa, 5.20 hora alemana, al recibir la contraseña «Sirena». Un general soviético dijo que la blanca nieve helada era «tan espesa como la leche». El cuartel general del frente consideró un nuevo aplazamiento, debido a la mala visibilidad, pero se decidió por lo opuesto. Diez minutos más tarde, los regimientos de cañones, obuses y Katiushas recibieron la orden de prepararse para disparar. La señal fue dada por trompetas, que fueron claramente oídas por las tropas rumanas al frente.

En el cuartel general del VI ejército, el teléfono sonó otra vez. En pocas palabras Stock dijo al capitán Behr, que fue quien descolgó, que los toques de trompeta habían marcado el inicio de un bombardeo masivo. «Tengo la impresión de que los rumanos no podrán resistir, pero le mantendré informado». Behr no dudó en despertar al general Schmidt esta vez.

En los dos principales sectores escogidos para la ofensiva del norte, más de 3500 cañones y morteros pesados se habían concentrado en abrir una ruta para el paso de doce divisiones de infantería, tres cuerpos de tanques y dos de caballería. Las primeras salvas sonaban como truenos en el aire tranquilo. Al disparar en una niebla que era impenetrable para los oficiales de observación de la vanguardia, la artillería y las baterías de Katiushas no podían ser ajustadas, pero habiendo sido colocadas unos pocos días antes, sus disparos siguieron siendo exactos.

El suelo comenzó a temblar como en un terremoto de baja intensidad. El hielo en los charcos se quebraba como si fueran viejos espejos. El bombardeo era tan intenso que a 50 km al sur, los oficiales médicos de la 22.



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