Sinuhe el egipcio by Mika Waltari

Sinuhe el egipcio by Mika Waltari

autor:Mika Waltari [Waltari, Mika]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-02-08T14:53:18+00:00


6

La taberna de «La Cola de Cocodrilo» estaba situada en el centro del barrio portuario, en un callejón tranquilo, como aplastada entre los grandes almacenes. Era de ladrillo y los muros eran muy gruesos, de manera que en verano era fresca y en invierno conservaba el calor. Encima de la puerta se balanceaba, además de un jarra para vino y otra para cerveza, un gran cocodrilo disecado con los ojos de cristal y cuyas fauces abiertas mostraban varias hileras de dientes. Kaptah me hizo entrar, llamó al patrón y nos ofreció unos asientos tapizados. Era conocido en la casa y se comportaba en ella como si fuera la suya, de manera que los demás clientes se calmaron y reanudaron sus conversaciones después de haberme dirigido miradas suspicaces. Observé con sorpresa que el suelo era de madera y los muros estaban revestidos de planchas y adornados con recuerdos de lejanos países, lanzas de negros y morriones de plumas, conchas de las islas del mar y ánforas cretenses pintadas, Kaptah observaba entusiasmado mis miradas y dijo:

—Te extrañas, sin duda, de que las paredes estén revestidas de madera como en las casas de los ricos. Debes, pues, saber que cada plancha procede de un viejo navío desguazado y aun cuando no evoco con placer mis viajes por mar, debo mencionar que esta plancha amarilla, roída por el agua, navegó un día hacia la tierra de Punt y que esta plancha parda rozó un tiempo los muelles de las islas del mar. Pero, si lo permites, vamos a tomar una cola que el patrón ha preparado con sus propias manos.

Me entregaron una bella copa en forma de concha que se sostenía en la palma de la mano, pero mi intención fue acaparada por la mujer que me la entregaba. No era ya muy joven como las sirvientas habituales de las tabernas, y no se paseaba medio desnuda para seducir a los clientes sino que iba decentemente vestida y llevaba unos anillos de plata en las orejas y unos brazaletes en sus finas muñecas. Respondió a mi mirada y la sostuvo sin descaro a la manera de las mujeres, sin apartar los ojos. Sus cejas eran delgadas y sus ojos expresaban una melancolía sonriente. Eran de un castaño cálido, vivo, y su mirada calentaba el corazón. Tomé la copa de sus manos y Kaptah recibió una también, y sin reflexionar pregunté a la sirvienta:

—¿Qué nombre es el tuyo, bella mujer? Y en voz baja ella me respondió:

—Mi nombre es Merit y no se me llama bella mujer como hacen los muchachos tímidos para proporcionarse el valor de tocar por primera vez los flancos de una sirvienta. Espero que lo recordarás si quieres hacernos el favor de renovar tu visita, Sinuhé, tú que eres solitario.

Me sentí ofendido y le dije:

—No tengo el menor deseo de tocarte las caderas, bella Merit, pero, ¿cómo sabes mi nombre?

Sonrió, y su sonrisa era bella en su rostro moreno y terso mientras me decía con tono malicioso:

—Tu reputación te ha precedido,



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