Si las mujeres mandasen - Relatos de la primera ola feminista by AA. VV

Si las mujeres mandasen - Relatos de la primera ola feminista by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2020-02-26T00:00:00+00:00


¡Pobre señor Freely! Lo más probable era que su padre se opusiera… Ella estaba casi segura de que así sería, pues él siempre se refería al señor Freely como «el tipo de las confituras». ¡Oh, qué crueldad cuando el verdadero amor se veía de ese modo contrariado! ¡Y todo porque el señor Freely era pastelero! Pues bien, Penny le sería fiel y, puesto que el hecho de que fuera pastelero le brindaba una oportunidad para demostrarle su fidelidad, se alegraba por ello. Edward Freely era un nombre bonito. Mucho más que John Towers. Hacía unos días, el joven Towers le había ofrecido una rosa que llevaba en el ojal, sonrojándose de modo visible al hacerlo, pero ella la había rechazado y después había pensado extasiada en lo mucho que se alegraría el señor Freely al saber que se había mantenido firme.

¡La pobre y pequeña Penny! Los días se hacían muy largos entre las margaritas de una granja de ganado, y el pensamiento es tan inquieto… ¿Cómo era posible que el drama interior no diera pie maquinalmente al exterior? He conocido a jóvenes damas, mucho mejor educadas y en un entorno más rico y diverso gracias a instructivas lecciones, por no hablar de literatura y elaborados bordados, que fueron capaces de tejer para sí mismas, tal como hizo Penny, un capullo de visionarios goces y tristezas. Su hermana mayor, Letitia, que tenía un estilo de belleza más orgulloso, y ambiciones más mundanas, estaba comprometida con un comerciante de lanas que había viajado expresamente desde Cattelton para verla; y, como todo el mundo sabe, a los comerciantes de lanas no les corresponde precisamente un rango menor, pues algunos llegan incluso a disponer de un carruaje tirado por dos caballos. Las aspiraciones de Letty eran mayores con cada día que pasaba, y Penny nunca se atrevía a confesar sus cuitas de amor a su altiva hermana; y menos aún a sugerirle visitar la tienda del señor Freely para comprar regalices, aunque había llegado incluso a preparar un hipotético escenario para hacerlo, poniendo como excusa que le dolía un poco la garganta. Sin embargo, al final tuvo que conformarse con pasar delante de la tienda, por el otro lado de la plaza del mercado, conteniendo un suspiro mientras se decía que tras aquellos jarrones de color rosa y blanco había una persona que pensaba dulcemente en ella, ajena en esos momentos a la poca distancia que los separaba.

Y era cierto que, cuando su negocio se lo permitía, el señor Freely pensaba mucho en Penny. Su belleza le parecía comparable a la de los más bonitos productos de repostería. Daba por hecho que era una muchacha de carácter sumiso, que le atendería con el mismo celo que si hubiera sido una negra de las Indias y temblaría en silencio cuando su hígado le volviera irascible. Además, consideraba a la familia Palfrey como la mejor con diferencia de toda la parroquia con hijas casaderas. En conjunto, consideraba a Penny digna de convertirse en la señora de



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