Sherlock Holmes. Relatos by Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock Holmes. Relatos by Sir Arthur Conan Doyle

autor:Sir Arthur Conan Doyle
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España


LA AVENTURA DE COPPER BEECHES

—Es frecuente que el hombre que ama el arte por sí mismo —comentó Sherlock Holmes, dejando a un lado la página de anuncios del Daily Telegraph— encuentre los placeres más intensos en sus manifestaciones más humildes y menos importantes. Me complace advertir, Watson, que hasta el momento ha captado usted esa verdad y que en las pequeñas crónicas de nuestros casos que ha tenido la gentileza de redactar, debo decir que embelleciéndolos a veces, no ha dado preferencia a las numerosas causes célébres y procesos sensacionalistas en los que he intervenido, sino a incidentes que pueden haber sido triviales, pero que daban ocasión al empleo de las facultades de deducción y síntesis que he convertido en mi especialidad.

—Y, sin embargo —dije yo, sonriendo—, no me considero definitivamente absuelto de la acusación de sensacionalismo que se ha lanzado contra mis relatos.

—Tal vez haya cometido usted un error —apuntó él, cogiendo una brasa con las tenazas y encendiendo con ella la larga pipa de cerezo que sustituía a la de arcilla cuando se sentía más inclinado a la polémica que a la reflexión—. Tal vez se haya equivocado al añadir color y vida a esos rígidos razonamientos de causa a efecto, que son en realidad lo único digno de mención.

—Me parece que en este punto le he hecho a usted justicia —comenté algo fríamente, porque me desagradaba el egotismo que, según había observado más de una vez, constituía un importante factor en el singular carácter de mi amigo.

—No, no es cuestión de vanidad o egoísmo —dijo él, respondiendo como solía más a mis pensamientos que a mis palabras—. Pido plena justicia para mi arte, porque se trata de algo impersonal..., algo que está más allá de mí mismo. El delito es cosa corriente. La lógica es una rareza. Por tanto, hay que poner el acento en la lógica y no en el delito. Usted ha reducido lo que debía ser un curso académico a una serie de cuentos.

Era una fría mañana de principios de primavera y, después del desayuno, nos habíamos sentado a ambos lados de un chispeante fuego en el viejo apartamento de Baker Street. Una densa bruma se extendía entre las hileras de casas pardas, y las ventanas de la acera de enfrente parecían borrones oscuros vistos a través de espesas volutas amarillas. Teníamos encendida la luz de gas, que caía sobre el mantel y arrancaba reflejos a la porcelana y al metal, pues aún no habían recogido la mesa. Sherlock Holmes había permanecido callado toda la mañana, zambulléndose una y otra vez en las columnas de anuncios de una serie de periódicos, hasta que por fin, renunciando aparentemente a su búsqueda, había emergido, no de muy buen humor, para impartirme una lección magistral sobre mis deficiencias literarias.

—Por otra parte —comentó tras una pausa, durante la cual estuvo dándole chupadas a su larga pipa y contemplando el fuego—, difícilmente se le puede acusar a usted de sensacionalismo, cuando entre los casos por los que ha tenido



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