Segador, El by Terry Pratchett

Segador, El by Terry Pratchett

autor:Terry Pratchett [Pratchett, Terry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Spanish, fantasía
publicado: 2008-06-11T04:42:16+00:00


ciudades –dijo Hombre-Un-Cubo-. creo que son huevos de ciudades.

Los magos superiores volvieron a reunirse en la Gran Sala. Hasta el filósofo equino empezaba a estar emocionado. Se consideraba de mala educación utilizar la magia contra sus camaradas magos, y usarla contra los civiles era poco deportivo. De cuando en cuando les iba de maravilla soltarse el pelo un ratillo. El archicanciller los supervisó.

-Decano, ¿por qué tienes la cara llena de rayas de pintura? – quiso saber.

-Es camuflaje, archicanciller.

-Ah, camuflaje.

-Yeee, archicanciller.

-Oh, bueno. Lo único que importa es que te sientas satisfecho contigo mismo.

Se deslizaron hacia la zona del patio que había sido el pequeño territorio privado de Modo. Al menos se deslizaron la mayor parte de ellos. El decano avanzaba con una serie de saltitos y giros, se apretaba de cuando en cuando contra una pared y exclamaba “¡Vamos, vamos, vamos!” entre dientes.

Se quedó muy deprimido cuando vieron que el resto de los montones seguían allí donde modo los había levantado. El jardinero, que los había seguido de puntillas y en dos ocasiones había estado a punto de ser atropellado por el decano, los examinó durante unos instantes.

-Están disimulando –rugió el decano-. ¡Yo digo que los hagamos pedazos!

-Ni siquiera están calientes todavía –señaló Modo-. El que me atacó debía de ser el más viejo.

-Entonces, ¿quieres decir que no tenemos nada contra lo que luchar? –quiso saber el archicanciller.

Bajo sus pies, el suelo tembló. Y escucharon un tenue sonido tintineante que parecía provenir de los claustros del profesorado.

Ridcully frunció el ceño.

-Alguien está dejando por todas partes esas malditas cosas, esas cestas de alambre –dijo-. Esta noche había una en mi estudio.

-Sí –asintió el filósofo equino-. También había uno en mi dormitorio. Abrí el armario, y allí estaba uno de esos trastos.

-¿En tu armario? ¿Para qué lo habías guardado allí? –quiso saber Ridcully.

-Yo no lo guardé. Ya te lo he dicho. Seguro que han sido los estudiantes. Así son las bromitas que gastan. Una vez me pusieron un cepillo en la cama.

-Yo he tropezado con uno hace un rato –dijo el archicanciller-. Pero, cuando me di la vuelta para buscarlo, alguien se lo había llevado.

Volvió a oírse el tintineo, esta vez más cerca.

-Vaya, vaya, sin duda tenemos aquí a Dick el Listo..., a ver, joven, te queremos ver la cara... –gruñó Ridcully, dándose palmaditas en la mano con el cayado, en un gesto preñado de sentido.

Los magos dieron un paso hacia atrás, hasta quedar apoyados en la pared.

El conductor fantasma del carrito ya estaba casi encima de ellos.

Con un rugido, Ridcully saltó de su escondrijo.

-Ajá, mi joven..., ¡mierda puta!

-A mí no me intentes tomar el pelo –refunfuñó la señora Cake. Las ciudades no están vivas. Ya sé lo que se suele decir, pero no es en el sentido literal.

Windle Poons hizo girar entre sus manos una de las bolas llenas de copitos de nieve.

-Debe de estar poniendo miles de huevos como éstos – suspiró-. Pero no sobrevivirán todos, claro. Si no fuera así, estaríamos hasta el cuello de ciudades.

-¿Quiere decir que estas bolitas se abren y de ellas salen lugares grandes? –se sorprendió Ludmilla.



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