Seducción y venganza by S. F. Tale

Seducción y venganza by S. F. Tale

autor:S. F. Tale [Tale, S. F.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-03-14T00:00:00+00:00


Capítulo 14

Por muy raro que fuese, la noche anterior llovió, pues en esas fechas no solía caer ni una gota, y esa mañana, al despuntar el alba, los hercúleos rayos del sol se abrían paso entre la espesura ennegrecida de las nubes, como si se tratasen de espadas de luz que apartaban la oscuridad a su paso, hecho que Derek interpretó al igual que sus hombres: «días mejores están por venir y la vida nos sonríe», le vino a la mente ese comentario.

La humedad avivaba ese olor a tierra mojada, los charcos en el suelo, que se consumían con el intenso calor con el que venía acompañada la lluvia, podía influir en esa suave brisa que soltaba el mar, cual suspiro, y que le acariciaba la cara sin ese olor a salitre y que, por el contrario, arrastraba el fabuloso aroma de las rosas así como del resto de las flores que decoraban el inmenso jardín de la mansión del gobernador con quien Derek, en su versión de conde honorable, paseaban entre los parterres. Desde lo alto de aquella colina le asombró ver casi la totalidad de Port Royal, que a esas horas comenzaba a desperezarse con una serenidad casi impropia de una ciudad pirata, pues los primeros transeúntes, comerciantes casi todos ellos conversaban al tiempo que las gaviotas alteraban el ambiente con sus gritos, no obstante, la claridad brillante de la mañana le daba un aire de calma y tranquilidad que Derek nunca había percibido.

—Me complace hablar con usted a solas, sin que mis hijas anden de por medio. —Se llevó la mano al chaleco, donde sacó un reloj para comprobar la hora—. Les queda poco para levantarse.

—¿Es malo? —Se rio por la nariz, mientras sus ojos se fijaban en las siluetas de las casas hacinadas con algunas chimeneas humeantes, signo de que la vida comenzaba a adueñarse de la ciudad.

—No, pero no nos podrán interrumpir y podemos hablar francamente.

—Siempre hablo con sinceridad, señor, incluso con sus hijas delante.

—Lo sé y me alegra que lo diga. —El gobernador se paró donde el jardín terminaba en una muralla que les llegaba por las rodillas y desde allí se podía ver la inmensidad del mar. Derek sabía que era mucho mayor que aquella imagen que contemplaba. La había vivido en sus propias carnes. Los confines del mar eran más grandes que los de tierra—. No soy ducho en el arte de las palabras, por eso mi carta fue escueta.

—Pero directa —señaló como halago Derek, que llevó las manos hacia la espalda.

Unas horas antes de la cena había recibido una nota del gobernador Finley para verse a esas horas tempranas para departir sobre Elisabeth y su futuro.

—Sí, milord, a usted debo darle las gracias, porque por su visita el capitán Davenport ha mostrado su verdadera cara, no me esperaba unas palabras como aquellas, mi hija se merece algo mejor, y en usted estoy convencido que lo hallará. —A Derek le sorprendió como aquel hombre no se mordía la lengua a la hora



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