Sapere Aude by Care Santos

Sapere Aude by Care Santos

autor:Care Santos [Santos, Care]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2016-03-16T00:00:00+00:00


Mascota

La presencia de Rebeca en el Palacio de Diamante era tan discreta que no podía resultarme más satisfactoria. Nunca se quejaba, nunca me molestaba con majaderías, nunca daba que hablar, nunca se hacía ver. Era una ninfa, una musa, una amiga inesperada. Todos los espíritus elevados lo saben: las relaciones humanas son de una complicación incomprensible y los caminos que conducen hacia la amistad verdadera están a menudo llenos de zarzas. Metáforas aparte: nunca hubiera pensado que Rebeca y yo pudiéramos ser amigos. Pero ahora, de pronto, lo éramos. No negaré que el regalo que yo le había hecho, y que ella agradeció con lágrimas, había tenido mucho que ver.

Decidí hacerle una visita. Las amistades hay que cultivarlas. Tenía ganas de disfrutar de su presencia y a la vez me moría de ganas de saber cómo le iba al pobre chico asustadizo. Llamé con los nudillos a la puerta del aposento de Rebeca, como haría un ser humano que no quisiera molestar. Enseguida escuché una voz dulce que preguntaba, desde dentro:

—¿Quién es?

—Tu gran Señor —dije, muy orgulloso de poder afirmarlo ante su puerta.

Me abrió enseguida. Llevaba un camisón de color amarillo pálido, el pelo suelto, y estaba tan encantadora como la última vez que la vi. Hay seres a quienes el mundo de la Oscuridad les sienta mucho mejor que el de los vivos.

—¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó.

Me gustó comprobar que mis regalos seguían ahí, bien presentes. Sobre la cama (tamaño extragrande) de su dormitorio estaba la colcha de ganchillo por la que canjeé el alma de aquella vieja decrépita, solo para molestar a Scrúpulus. Delante de la chimenea y sobre una mullida alfombra, dormía Bernal. Yo se lo entregué atado de pies y manos y con una bolsa de plástico en la cabeza, pero ahora se le veía mucho más cómodo. Estaba completamente desnudo, pero protegido bajo una mullida manta. Su sueño parecía algo revuelto, a juzgar por los movimientos de sus pómulos y de sus párpados cerrados.

—No se despierta —dijo ella—. Lleva así desde que me lo dio.

—Ah, es normal. A algunos les ocurre cuando cambian de dimensión, sobre todo después de experimentar un choque, como le ocurrió a él. Déjale descansar. Tienes todo el tiempo del mundo para disfrutarle.

—Creo que Natalia le acosa. A veces, pronuncia su nombre.

Me sorprendió aquella revelación, que aparté de nosotros de un manotazo, por molesta, por inesperada.

—Natalia está lejos —respondí.

—¿Está seguro? —preguntó ella, y en la duda que vi en sus ojos nació una inquietud mía.

¿Y si tenía razón? ¿Y si Natalia seguía rondando al muchacho? ¿Y si no renunciaba a él aunque ahora perteneciera al mundo de la Oscuridad? Me quedé mirando al durmiente. «Los caprichos y las pasiones son inexplicables», me dije. Natalia no era el tipo de criatura que da su brazo a vencer, que se retira como una buena perdedora. Más bien todo lo contrario, era del tipo de ser capaz de morir matando, con tal de no ceder ni un ápice de sus pretensiones.



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