Ruination: Una novela de League of Legends by Anthony Reynolds

Ruination: Una novela de League of Legends by Anthony Reynolds

autor:Anthony Reynolds
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-07-20T13:51:39+00:00


CAPÍTULO 19

Kalista despertó temprano. Lanzó un suspiro cuando recordó de golpe dónde se encontraba.

Otro día en Helia. Otro día esperando mientras el consejo deliberaba. Otro día que podía traer consigo la diferencia entre salvar a la reina Isolde o que sucumbiera finalmente al veneno.

A Kalista le horrorizaba saber que su misión exigía la máxima urgencia y al mismo tiempo no ser capaz, hasta el momento, de agilizar la decisión de los maestros. Y le enfurecía que la fama de sanguinario que arrastraba el reino de Camavor despertara el recelo de los maestros respecto a sus intenciones.

Había accedido a reunirse con la extraña artífice, Jenda’kaya, a la caída del sol, pero tenía todo el día por delante. Sabía que, si se quedaba sentada en su alcoba hasta la noche, acabaría con los nervios de punta, de modo que se enfundó su armadura, echó mano de la lanza y salió en la oscuridad que precedía al alba.

Tal vez llevara sangre real en las venas, pero también era un soldado y hacía años que se despertaba antes del amanecer. No podía evitar cierto sentimiento de superioridad frente a los débiles sabios de Helia, que seguían amodorrados en sus lechos. Casi todos ellos parecían carecer del menor temple. Tenían suerte de contar con la niebla blanca. De no ser por eso, los invasores habrían acabado con ellos hacía mucho tiempo; seguramente lo habrían hecho los propios antepasados de Kalista.

Deambuló por las calles desiertas mientras el sol empezaba a despuntar en el horizonte y acabó en las afueras de Helia al amanecer. Fue una decisión inconsciente, pero no tenía verdaderos deseos de pasar más tiempo dentro de la ciudad. Le parecía agobiante y restrictiva. El aire fresco, los árboles, los setos y los exuberantes campos que se extendían a las afueras le ofrecían ese respiro que tanto necesitaba.

La primera persona que vio fue un pastor acompañado de un rebaño de ovejas extrañas, cubiertas de lana larga, blanca y greñuda, con las caras y las patas negras y unos prominentes cuernos que surgían de sus mandíbulas inferiores. Los cuernos resultaban intimidantes, pero los animales parecían dóciles mientras pastaban hierba entre los quedos tañidos de los cencerros que portaban en torno al cuello. El pastor levantó una mano para saludarla antes de conducir el rebaño a un arroyo cercano con unos cuantos silbidos agudos y los ladridos animosos de su perro.

Dejando atrás la carretera pulcramente pavimentada en piedra blanca, saltó un murete de piedra en seco ayudándose de los peldaños de madera y siguió una lodosa senda colina arriba para poder hacerse una idea de dónde se hallaba. Un columpio colgaba de la rama de un árbol solitario en lo alto de la loma; allí tendría buenas vistas. Helia destacaba al sur, reluciente y majestuosa al fulgor de la mañana, mientras el mar titilaba como movedizas gemas al oeste. El norte y el este consistían ante todo en colinas onduladas y verdeantes, pastos y algún que otro bosquecillo. Se atisbaban unas cuantas aldeas y delgados hilos de humo surgían de las chimeneas.



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