Roverandom by J. R. R. Tolkien

Roverandom by J. R. R. Tolkien

autor:J. R. R. Tolkien [Tolkien, J. R. R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


4

DESDE LA ESTRELLA POLAR soplaba un viento frío cuando se acercaron al borde del mundo y el rocío gélido de las cataratas cayó sobre ellos. El camino de vuelta había sido más duro, pues entonces la magia del viejo Psámatos no demostró tener muchas prisas; y ellos se alegraron de poder descansar en la Isla de los Perros. Pero como Roverandom seguía con su tamaño de perro encantado no disfrutó mucho allí. Los otros perros eran demasiado grandes y alborotadores, y demasiado prepotentes; y los huesos de los árboles de hueso eran demasiado grandes y descarnados.

Era el amanecer del día después del día después de mañana cuando por fin divisaron los negros acantilados de la casa de Mew; y el sol era cálido detrás de ellos, y las cimas de las colinas de arena estaban ya secas y doradas en el momento en que bajaron hasta la ensenada de Psámatos.

Mew lanzó un pequeño grito y golpeó con el pico un trocito de madera que había en el suelo. Inmediatamente el trocito de madera se alzó en el aire y se convirtió en la oreja izquierda de Psámatos, a la que se unió la otra oreja, y pronto fue seguida por el resto de la fea cabeza y el cuello del mago.

—¿Qué queréis vosotros dos a estas horas del día? —gruñó Psámatos—. Es mi hora predilecta para dormir.

—¡Hemos vuelto! —dijo la gaviota.

—Y por lo que veo, tú has dejado que ella te trajera en su lomo —dijo Psámatos, volviéndose al perrito—. Después de escapar de la persecución del dragón debí pensar que un pequeño vuelo de vuelta a casa te iba a parecer casi un paseo.

—Pero por favor, señor —dijo Roverandom—. He dejado atrás mis alas; en realidad no me pertenecían. Y prefiero volver a ser un perro normal.

—¡Oh, está bien! Aun así, espero que lo hayas pasado bien como «Roverandom». Era tu deber. Ahora sólo puedes ser Rover de nuevo, si realmente quieres; y puedes ir a casa y jugar con tu pelota amarilla, y dormir en el sillón cuando tengas oportunidad, y descansar en las rodillas y ser de nuevo un respetable perrito ladrador.

—¿Qué hay del niño? —preguntó Rover.

—Pero tú, tonto, te escapaste y te fuiste corriendo a la luna —dijo Psámatos, fingiendo estar molesto o sorprendido, pero haciendo al mismo tiempo un pícaro guiño de complicidad con un ojo—. Dije casa y casa quise decir. ¡No me vengas ahora a farfullar y discutir!

El pobre Rover farfullaba porque trataba de decir con toda cortesía «Señor Psámatos». Al fin lo dijo.

—Por, P-Por favor, Señor P-P-Psámatos —dijo en el tono más conmovedor—. Por, por favor, p-perdóneme, pero he vuelto a verlo; y ahora no me escaparé; y en realidad yo le pertenezco, ¿no es así? Por lo tanto debo volver a su lado.

—¡Eso es una majadería y un disparate! ¡Por supuesto que ni le perteneces ni debes volver a su lado! Tú perteneces a la anciana señora que te compró primero, y tendrás que ir con ella. No se pueden comprar



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