Roma invicta by Javier Negrete

Roma invicta by Javier Negrete

autor:Javier Negrete [Negrete, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2012-12-31T16:00:00+00:00


LA JUVENTUD DE CÉSAR

César había salvado la vida por el momento, pero era lo bastante sensato para saber que no convenía tentar a la fortuna, esa aliada de Sila, así que se marchó de Roma.

Ahora que ya no tenía que cumplir con los tabúes del sacerdocio, nada le impedía emprender una carrera militar. Con diecinueve años se alistó bajo el mando de Marco Termo, propretor en la provincia de Asia, y sirvió cerca de él como uno de sus contubernales. El término se aplicaba a los legionarios que compartían una tienda y formaban una especie de pelotón, pero también a los jóvenes de la aristocracia que acompañaban a un general a modo de séquito, le ayudaban en todo lo que les mandara y así iniciaban su aprendizaje para convertirse en futuros mandos.

Marco Termo estaba asediando la ciudad de Mitilene, en la isla de Lesbos, que tras las Vísperas asiáticas todavía no había vuelto al redil romano. César, como Sila, tenía carisma y encanto personal, de modo que el propretor decidió encargarle una misión diplomática. César viajó a Bitinia para pedir a Nicomedes que, como amigo y aliado del pueblo romano, enviara a Termo barcos de guerra para terminar el asedio.

César cumplió bien la misión. Demasiado bien para su reputación. Entabló tanta amistad con Nicomedes que empezaron a correr rumores de que se había convertido en su amante. Estos comentarios se adornaron con el tiempo con detalles como que César le había servido de copero en un banquete delante de invitados romanos o que había dejado que unos soldados lo llevaran a la alcoba de Nicomedes, le pusieran un vestido púrpura y lo acostaran en un lecho dorado esperando al rey.

Aquello era un escándalo para los romanos. No porque se tratara de relaciones homosexuales, sino porque se suponía que César había adoptado claramente un papel pasivo que únicamente correspondía a mujeres o a esclavos.

Las hablillas lo persiguieron toda su vida. Sus propios soldados hacían chistes sobre el tema, y al celebrar el triunfo sobre los galos cantaban:



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