Riccardino by Andrea Camilleri

Riccardino by Andrea Camilleri

autor:Andrea Camilleri [Camilleri, Andrea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


Montalbano:

¿A qué esperas para detener a Alfonso Licausi? Riccardo Lopresti era el amante de su mujer y él se ha vengado. ¿O es que te has puesto de acuerdo con el obispo Partanna para salvarlo de la cárcel?

UN CIUDADANO

¡Anda que no debía de haber perdido el tiempo el ciudadano recorta que recortarás y pega que pegarás! Si hasta había puesto los signos de interrogación.

Llamó a Fazio y le entregó la carta.

—Nos han mandado la solución por correo.

El inspector jefe la leyó y puso cara de satisfacción.

—Esto confirma lo que le he contado sobre el comportamiento de las hermanas en el entierro —dijo—. Nos habíamos equivocado de medio a medio. La amante de Riccardo Lopresti no era…

Montalbano levantó una mano y el otro se quedó a media frase.

—Mira, Fazio, tú en el entierro has tenido una impresión determinada. Sin embargo, frente a esa impresión hay un hecho preciso y concreto, lo cual es muy distinto de una impresión.

—¿Cuál es?

—Que la última llamada de Riccardino, según recoge la memoria de su móvil, fue a Adele Bonanno. Y, en consecuencia, por pura lógica, el cornudo que apretó el gatillo debería haber sido Mario Liotta.

—Pero, jefe, si usía, cuando lo hablamos…

—Sí, muy bien, hice otras hipótesis, pero entonces no me habían mandado este anónimo.

—¿Y eso qué quiere decir? Esa carta, aunque sea anónima, solo sirve para confirmar…

—Confirma muchas cosas, Fazio. Llega como caída del cielo. Demasiado.

Fazio entornó los ojos.

—¿Asegura que es todo un invento?

—No lo aseguro, pero podría ser. Quieren dirigir nuestras sospechas hacia Licausi, que, por otro lado, es, en efecto, el primero de la lista de sospechosos. Claro que también hay que plantearse lo contrario.

—¿Es decir…?

—Es decir, que no se trate de un invento, como dices tú. Que alguien sepa con certeza que ha sido Licausi y nos lo quiera comunicar. O quizá ese mismo alguien quiere salvar al verdadero asesino y nos ofrece a cambio a Licausi en bandeja de plata, como quien dice.

Fazio emitió una especie de quejido con la boca cerrada.

—¿Qué te pasa?

—¿Puedo hablar, jefe?

—Sí, claro.

—¿Le importaría decirme por qué titubea tanto? ¡Primero dice que una cosa es blanca y al cabo de un momento que es negra! ¡Y luego aún puede decir que es gris! ¿De verdad no entiende nada de lo que pasa o lo que pretende es que acabe yo majareta?

—No tengo ninguna intención de volverte loco. Venga, ayúdame a aclarar las ideas. ¿Qué me cuentas de Saverio Milioto?

—Jefe, ¿qué hora es?

—Aún no han dado las cuatro. ¿Qué pasa? ¿No tienes reloj?

—Sí que tengo. Pero ¡es que usía me ha dicho que investigara a Milioto a la una y pico! ¡Y me he ido a comer como cualquier hijo de vecino! ¿Usía qué hace? ¿Ayuna? ¿De repente está desganado?

Casi las mismas palabras que había empleado él para referirse al tocacojones del jefe superior. Se avergonzó. Resultaba que él también era un tocacojones. Como todos los jefes.

—Discúlpame, Fazio.



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