Reinos Olvidados - El Imperio 3 by James Lowder

Reinos Olvidados - El Imperio 3 by James Lowder

autor:James Lowder [Lowder, James]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástica, Reinos olvidados, Imperio
publicado: 2011-07-15T05:00:00+00:00


* * *

Los enanos llevaban dieciocho horas de marcha cuando Azoun por fin llegó al puerto de Telflamm. El sol asomaba por el horizonte; los primeros rayos iluminaban con una luz débil el contorno de las cúpulas aplastadas que eran una característica de la ciudad. En los muelles todavía estaban encendidas las antorchas, y en la numerosa flota fondeada en la rada se veían los destellos de las lámparas de los marineros que hacían la guardia.

Los bajeles cormytas estaban otra vez vacíos después de descargar a las tropas orcas en las playas al sur de la ciudad. Azoun y Vangerdahast sabían que no les quedaba otra elección; los soldados zhentarim eran capaces de provocar graves disturbios en la ciudad. Ahora, lo único que debía hacer el rey era reunir a su propio ejército y llevarlo hacia el este, sin embargo esto resultó mucho más difícil de lo que había pensado.

Telflamm ofrecía muchísimas distracciones a los soldados y marineros de la Alianza, la mayoría de los cuales nunca habían viajado a lugares lejanos. Los refugiados que escapaban del avance de los bárbaros —que ahora se encontraban a menos de ochocientos kilómetros al este— abarrotaban las calles. Junto con los refugiados llegaron el vicio y la corrupción. Florecían los ladrones y el mercado negro de ropa, comida e incluso seres humanos. Los prostíbulos aparecían como setas por toda la ciudad, a menudo al lado mismo de los ruedos donde los locos y los bravucones luchaban a muerte por un puñado de oro. La guardia de la ciudad, incapaz de poner orden entre tantos soldados y refugiados, optó por dejarse sobornar y hacer la vista gorda.

—No me importa si la guardia local no sirve para nada —protestó Azoun. Miró enfadado a lord Harcourt, comandante de la caballería aliada—. ¿Por qué los nobles no han tomado medidas? Tendríamos que tener una policía militar. —El rey se paseó enfadado por el puesto de mando instalado en las oficinas del gobierno de Telflamm.

—Veréis, majestad. Se trata... ah, esteee... —comenzó Harcourt sin saber muy bien qué excusa dar. Para su suerte, Brunthar Elventree acudió en su ayuda.

—Lo que lord Harcourt quiere decir es que sus hombres están con los míos; borrachos perdidos en algún callejón, o disfrutando del día en los prostíbulos. —El general pelirrojo sonrió—. No acabo de entender cuál es el problema. Si nos hacéis pelear al lado de los orcos, no veo qué mal puede haber en un poco de jolgorio.

—Ya es suficiente, general Elventree —le reprochó Azoun tajante—. Otro comentario como ése y os relevaré del mando por insubordinación. —Se acercó al hombre de Los Valles con cara de pocos amigos—. Necesito vuestra cooperación ahora más que nunca. Acepté que los orcos luchen a nuestro lado contra los tuiganos, y vos haréis lo mismo. ¿Está claro?

Brunthar dejó de columpiarse en la silla. La poca luz que suministraba el candil resaltaba las sombras del rostro; enmascaraba la expresión, pero le daba un aspecto de demonio.

—Sí, su alteza —respondió.

—Muy bien, entonces no hay nada más que discutir —afirmó el monarca—.



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