Reinos Olvidados - El Imperio 2 by Troy Denning

Reinos Olvidados - El Imperio 2 by Troy Denning

autor:Troy Denning [Denning, Troy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástica, Reinos olvidados, Imperio
publicado: 2011-07-15T05:00:00+00:00


11

Yenching

En el río Sheng Ti, como en el palacio de verano, la noche era oscura y húmeda. A pesar de la llovizna cálida, el general de la Marca Norteña permaneció en cubierta con el contramaestre. El hombre estaba asomado por la borda con un farol en la mano, vigilando el agua oscura atento a cualquier peligro. Su desnudo torso brillaba con lo que podían ser gotas de lluvia, pero que más bien parecía un sudor nervioso. Cada tanto, daba una orden a otro marinero, que la transmitía de inmediato al timonel. El casco chocó contra algo blando, y Batu contuvo la respiración.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó. Al ver que el contramaestre no le respondía en el acto, Batu temió que hubieran rozado un banco de arena. La crecida estival había acabado hacía dos semanas, y desde entonces el río había vuelto a su cauce normal, lo cual representaba un peligro que hasta entonces no había molestado a la flota del general. Esa noche, una docena de barcos habían embarrancado, y Batu comenzaba a lamentar su decisión de continuar río arriba en la oscuridad—. ¿Contra qué hemos golpeado? —insistió Batu, que apoyó una mano en la espalda desnuda del hombre.

—No lo sé, general, pero no os preocupéis —contestó el contramaestre, sin mirarlo—. Si hubiese sido algo peligroso, nos habría demorado.

Las palabras del contramaestre no tranquilizaron a Batu. La noche, oscura como boca de lobo, parecía llena de amenazas, y hasta los búhos que vivían en las riberas permanecían en silencio. Sólo el chapoteo de los remos de los juncos perturbaba la quietud.

Detrás de su nave, Batu alcanzaba a ver otra docena de luces de proa que brillaban en la lluvia. Cuatrocientos setenta juncos más seguían a los doce visibles, pero el tiempo era tan malo que impedía ver al resto de la flota. Si no hubiera visto los barcos al atardecer, al general le habría costado creer que ahora estaban allí.

Sonaron otros dos golpes contra la línea de flotación. Con una maldición al dragón del río, el contramaestre se apartó de la borda. Tenía los ojos desorbitados y la piel pálida como el marfil. Se oyó otro golpe.

—¿Qué? —inquirió Batu—. ¿Qué pasa?

—Espíritus —contestó el contramaestre. Señaló el río—. Obstaculizan nuestro camino.

Batu cogió el farol del hombre y se asomó por la borda. El olor a carne podrida le provocó una arcada y estuvo a punto de perder el farol. Una forma hinchada de color blanco con los brazos rígidos 'y las piernas como globos apareció a la vista. Chocó contra el casco y se perdió en la oscuridad tan rápido como había aparecido. Aunque sólo vio la figura por un instante, el general había visto y olido demasiada muerte como para no saber que no era más que un cadáver putrefacto.

Avistó otro cadáver semidesnudo y una vez más olió el hedor de la carne podrida. Batu se preparó para soportar el olor y examinó el cuerpo más de cerca. Era el de una mujer, pero la carne estaba tan deformada y podrida que resultaba imposible saber su edad o su aspecto.



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