Reino de sombras by Alan Furst

Reino de sombras by Alan Furst

autor:Alan Furst [Furst, Alan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1999-12-31T16:00:00+00:00


* * *

18 de octubre.

Morath miraba hacia fuera por la ventana del tren mientras una pequeña aldea se deslizaba junto a las vías. ¿Se llamaba Szentovar? Tal vez. O quizá fuera otro sitio. Se encontraba a cien kilómetros y cien años de distancia de Budapest, donde los aldeanos todavía frotaban con ajo las puertas de los establos para impedir que los vampiros les extrajeran la leche a las vacas por la noche.

Por la carretera iba un carromato de gitanos. El conductor levantó la vista hacia la ventana de Morath. Con la gordura de la prosperidad, tres barbillas y ojos astutos, tal vez fuera un primas, el jefe del clan. Soltó un poco las riendas que sujetaba entre las manos, volvió la cabeza y les dijo algo a las mujeres que iban en el carro detrás de él. Morath no llegó a verles la cara, solo los colores rojos y amarillos de sus vestidos cuando el tren los adelantó.

Octubre era un mes muerto, pensó Morath. Las brutales tramas políticas tocaban a su fin en la prensa. Los franceses estaban relajados, contentos con ellos mismos por haber hecho lo correcto, lo inteligente, por una vez en sus soñadoras vidas. Morath fumó demasiado, y tras despertarse a la mañana siguiente, volvió a quedarse mirando por la ventanilla.

Estaba sorprendido de su melancolía. Siempre se había dicho a sí mismo que su historia de amor con Cara era un pasatiempo que se acabaría. Pero ahora que la había perdido, echaba de menos lo que había dado por sentado, y le dolía haberla perdido. «Cuando yo vivía en París…», les diría ella a sus amigas de Buenos Aires.

El conde Polanyi no se preocupaba demasiado por aquel estado de ánimo suyo y se lo dejó bien claro.

—A todos nos han tirado del caballo alguna vez —le dijo—. Lo importante es volverse a colocar en la silla.

Cuando vio que eso no funcionaba, puso más empeño:

—No es momento de sentir pena de ti mismo. ¿Necesitas estar ocupado? Vuelve a Budapest a salvarle la vida a tu madre.

Keleti Palyuadvar, la estación oriental de ferrocarril a la que llegaban todos los trenes importantes procedentes del oeste cuando la zona era húngara. Había taxis en la calle, pero Morath prefirió caminar, lo adecuado en las últimas horas de la tarde de un día de otoño. «Es la nariz lo que te dice que estás en casa», pensó. El café quemado y el polvo de carbón, el tabaco turco y la fruta podrida, el agua de lilas de las barberías, la piedra mojada, el pollo a la brasa. Y más olores, desconocidos, inimaginables. Morath respiró hondo una vez, después otra; respiraba su infancia, su país, el regreso del exilio.

Caminó durante largo rato, recorriendo los callejones adoquinados, más o menos en dirección al lado opuesto de la ciudad, hacia una villa situada en las colinas del tercer distrito, en la margen de Buda del Danubio. Se entretuvo, deteniéndose constantemente a mirar los escaparates. Como siempre, a esa hora del día, la melancolía, la pereza diletante, se apoderaba de la ciudad, y Morath aminoró la marcha para adaptarse a su ritmo.



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