Red Diamond, detective privado by Mark Schorr

Red Diamond, detective privado by Mark Schorr

autor:Mark Schorr [Schorr, Mark]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO DIECISÉIS

Red miró su reloj cuando los recogió el taxi. Eran las 8.45. El gordito taxista de gruesos labios lo miró de reojo a través del cristal antibalas.

—¿Usted y la jovencita quieren dar un paseo por el parque? —preguntó. Su voz era sólo un susurro. Descaradamente se comía con los ojos el cuerpo de Gwen escasamente cubierto.

—Lléveme a Mange Chez Joseph. Segunda Avenida esquina a la calle 41. Vaya por el centro de la ciudad, por la calle 28. Es el camino más rápido.

El cortante modo en que pronunció sus palabras interrumpió los comentarios del taxista, pero no su sonrisa afectada cuando vio a Gwen apoyar su cabeza sobre el hombro de Diamond.

—¿Por qué no utiliza ese espejo para observar a los coches en vez de a los pasajeros? —gruñó Diamond.

El taxista volvió la mirada hacia la carretera, murmurando para sus adentros algo sobre tipos listos que se dedicaban a molestar niños.

—Siéntate derecha —le dijo Diamond a Gwen—. Y abrocha ese abrigo.

Gwen alzó la cabeza y le miró con ojos tiernos. Le costó un poco poder cerrar el abrigo, pues le estaba muy justo, luego volvió a reclinar la cabeza sobre su hombro. Suspiró.

—No eres tan malo como quieres aparentar.

—Soy aun peor —dijo él, sacando un cigarrillo de su bolsillo y encendiéndolo. Tragó un poco de humo, tosió, y tiró el cigarrillo. Miró el reloj un par de veces antes de que llegaran al restaurante.

—¿Esa persona a la que vas a ver es tan importante? —preguntó Gwen.

—Es lo mejor de mi vida —dijo Diamond, sin darse cuenta de la enfadada mueca, llena de celos, que se dibujaba en el rostro de la muchacha.

Y cuando el maître de Chez Joseph los paró a la puerta del restaurante, Gwen rencorosamente abrió su abrigo.

El hombre dedicó a Diamond una mirada llena de desprecio, normalmente reservada para los que daban propinas muy pequeñas, o pedían steak tártaros muy hechos.

—Si su hija estuviera adecuadamente vestida sería diferente —dijo el maître en un tono pretencioso y pseudofrancés.

—No soy su hija —replicó Gwen.

—¡Oh! —El maître levantó su cabeza aún más.

—No estoy aquí para comer su bazofia —dijo Diamond bruscamente—. Tengo un amigo en el departamento de Salud que dice que en estos sitios las luces son tan pocas que las cucarachas no tienen que usar gafas de sol.

El maître estaba atónito. Gwen se rió.

—¿Dónde está Fifi?

—¿Quién?

—Fifi, ¡oh, sí!, quiero decir Jane. Una rubia muy guapa que servía las mesas hace un rato.

—Jane Doe, quiere decir. Se fue. Y usted debería irse también.

—Cuando me apetezca. ¿Adonde se fue? ¿Hace mucho rato? —preguntó Diamond.

—Quizás quiera que la policía le escolte hasta comisaría.

—Es usted el segundo que quiere echarme a los policías encima esta noche. El primero saldrá del Hospital Bellevue en un mes, más o menos.

El maître miró a Diamond, captando el brillo maníaco en sus ojos semicerrados.

El maître dejó de pronunciar con falso acento francés cuando decidió cooperar.

—Se marchó hace varias horas, dijo que se iba de la ciudad porque había encontrado algo mejor, creo que un papel en una película de cine.



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