Recuerdos by Ramón Cerdá Sanjuán

Recuerdos by Ramón Cerdá Sanjuán

autor:Ramón Cerdá Sanjuán [Cerdá Sanjuán, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 6

Recuerdos

Cuando salí del cuarto de baño, lo cierto es que la imagen resultó ser bastante cómica. Por una parte allí estaba Felipe, todo compungido, y ciertamente se había meado, no lo podía ocultar. Tenía todo el pantalón del pijama mojado, y en el suelo, justo a sus pies y rodeando sus zapatillas afelpadas horribles de color marrón claro, ahora oscurecido por el tiempo y seguramente por el resto de meadas anteriores, un pequeño charco amarillento. A su lado estaba la foca que parecía una domadora de circo encarándose a un león poco colaborador. Su bigote era más evidente que otras veces y sus enormes tetas subían y bajaban al ritmo de su respiración entrecortada, como si de un montacargas con exceso de peso se tratara. A su alrededor estaban los demás. Parece ser que había pasado más tiempo del debido en el interior del cuarto de baño porque todos me miraban con cierta mala leche, pero nadie dijo nada, excepto algún insulto que ahora no recuerdo que escupió, más que dijo, mi querida foca.

Pero fue un día triste, muy triste porque ya al salir me llamó la atención que no estuviera también Augusto en la cola del cuarto de baño. Al fin y al cabo era de los primeros en despertarse. Me temí lo peor, no sé, fue como un mal presagio, cierto que podía estar simplemente dormido después de lo relajado que había quedado la noche anterior, gracias entre otras cosas a mi breve relato, pero a mí me ocurren esas cosas y pocas veces me equivoco. Cuando tengo un presentimiento malo, normalmente sucede o sucederá en poco tiempo, y así fue. Me apresuré a volver a mi cuarto, entre otras cosas para evitar las miradas de mis compañeros que ya notaba incrustárseme en la nuca, pesaban más que cualquier comentario o insulto que me hubieran dirigido. Llegué a la habitación, con la intención de huir de aquello y de averiguar qué era lo que ocurría con Augusto.

Allí estaba él, tal y como se había dormido la noche anterior. Lo zarandeé ligeramente, aunque en el fondo sabía que era inútil hacerlo.

—¡Augusto!, despierta.

Nada, ni un solo gesto, ni un solo movimiento. Lo cogí del brazo. Nunca supe tomar el pulso, pero no fue necesario, el brazo estaba totalmente frío y rígido. Augusto se había ido definitivamente, y ya hacía de ello bastantes horas. Posiblemente cuando la noche anterior creí que se había dormido mientras le hablaba, fue cuando murió. Al menos se fue tranquilo y feliz, relajado después de su esporádico orgasmo. En el fondo lo envidié. Allí seguía yo, con mis recuerdos, mis problemas, mis achaques de vejestorio, soportando compañías muchas veces desagradables, y Augusto, el único con el que me relacionaba en cierto modo, me abandonaba. Pero así es la vida, la muerte nos persigue, primero se lleva a nuestros seres más queridos, a aquellos de los que dependemos más, nuestros padres, nuestros amigos, nuestras parejas, e incluso a veces y contra natura, nuestros hijos. La muerte



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