Rascacielos by J.G. Ballard

Rascacielos by J.G. Ballard

autor:J.G. Ballard
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción
publicado: 1975-08-10T16:00:00+00:00


10

En lago seco

Poco después del alba, a la mañana siguiente, Robert Laing estaba sentado en el balcón del piso veinticinco, tomando un desayuno frugal y atento a los primeros indicios de actividad en los apartamentos próximos. Unos pocos residentes ya dejaban el edificio para ir a trabajar, avanzando entre los desechos hacia los coches salpicados de basura. Todos los días varios cientos de personas partían hacia sus oficinas y estudios, aeropuertos y salas de subasta. Pese a la escasez de agua y calefacción, hombres y mujeres iban bien vestidos y acicalados, como si nada hubiera ocurrido en las semanas últimas. No obstante, sin darse cuenta, muchos de ellos se pasaban buena parte del día durmiendo en los escritorios de las oficinas.

Laing comió una rebanada de pan con metódica lentitud. Sentado en las baldosas resquebrajadas del balcón, se sentía como un pobre peregrino que hubiese emprendido un arriesgado viaje vertical y ahora celebrase un rito simple pero significativo en un altar al borde del sendero.

La noche anterior había sido testigo de un caos total: grupos de borrachos, riñas, el saqueo de apartamentos vacíos y ataques a todo residente aislado. Varios pisos más estaban a oscuras, incluyendo el veintidós, donde vivía su hermana Alice. Casi nadie había dormido. Asombrosamente, pocos parecían fatigados, como si el orden cotidiano estuviera adaptándose a una existencia nocturna. Laing sospechaba que el insomnio de muchos de sus vecinos había sido un recurso inconsciente para prepararse a afrontar esta emergencia. Por su parte se sentía alerta y confiado. A pesar de los magullones de los brazos y los hombros, se encontraba en buen estado físico. A las ocho decidió darse un baño y salir para la escuela médica.

Laing había pasado las primeras horas de la noche ordenando el apartamento de Charlotte Melville, que había sido saqueado mientras ella y su hijo estaban refugiados en las habitaciones de unos amigos. Más tarde, había ayudado a custodiar un ascensor que sus vecinos capturaron durante unas pocas horas. No habían ido a ninguna parte: una vez que se conseguía un ascensor lo que importaba era conservarlo un tiempo, en un efectivo intervalo psicológico.

La noche había comenzado, como de costumbre, con una fiesta ofrecida por Paul Crosland, locutor de televisión y ahora jefe de clan. Crosland se había demorado en los estudios, pero sus huéspedes pudieron verlo mientras transmitía las noticias de las nueve, comentando con su voz familiar y bien modulada un choque múltiple de automóviles donde habían muerto seis personas. Mientras sus vecinos se agolpaban alrededor del televisor, Laing esperaba a que Crosland aludiera a los hechos no menos calamitosos que se sucedían en el edificio, la muerte del joyero (ahora totalmente olvidada), y la división de los propietarios en bandos rivales. Quizás al final del noticiario añadiera un mensaje especial para los miembros del clan, que en ese momento tomaban una copa entre las bolsas de residuos de la sala.

A la hora en que llegó Crosland, que entró en el apartamento con chaqueta de cuero y botas de piloto de guerra, como si regresara de una misión, todos estaban ebrios.



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