Raimon La Alquimia De La Locura by Luis Racionero

Raimon La Alquimia De La Locura by Luis Racionero

autor:Luis Racionero [Racionero, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


28.

Roger de Lauria

Los franceses se retiraron de Gerona intentando ocultar la enfermedad del rey Felipe. Pedro de Aragón, que hostigaba a los invasores desde Hostalric, recibió una noticia aún mejor: Roger de Lauria, con treinta galeras, había llegado de Sicilia en ayuda del rey. Pedro salió de Hostalric camino de Barcelona. Al llegar a la ciudad, su corazón se llenó de alegría: en el puerto estaban las treinta galeras de Lauria y las diez de Ramón Marquet, con gran número de galeotas y leños.

La madera resbaladiza de los barcos, las proas de los navíos, con espolones relucientes, los remos vigorosos, llenaban el puerto de Barcelona en una ostentación de esplendor y de fuerza: con tanta nobleza y brillantez estaban aparejadas las galeras.

A cada lado llevaban escudos pintados con los colores del rey de Aragón y de Sicilia; entre dos escudos había una ballesta. Sobre las postizas y la arrumbada, y tendidas sobre la carroza, se veían hermosas telas de seda acolchada de color rojo. En lo alto de los mástiles, el cáñamo resistente llamaba las auras.

El rey Pedro despachó a Roger de Lauria con orden de interceptar la flota francesa que andaba batiendo la costa hasta Blanes y desembarcaba suministros en Rosas para el ejército acampado ante Gerona. El almirante se hizo a la mar y se adentró por levante a fin de esperar a la escuadra enemiga. Sucedió entonces que un caballero catalán, del linaje de los Montoliu, que mandaba cuatro galeras de Sicilia, llegó a Barcelona con retraso y salió en seguida para unirse a Roger de Lauria. Cuando navegaba cerca de San Pol, tropezó con la escuadra enemiga, que tomó estas galeras por la flota de Ramón Marquet. Perseguido por los franceses, huyó mar adentro aprovechando el lebeche estival hasta que oscureció, con tan buena fortuna que Montoliu fue a dar con la escuadra de Roger de Lauria. Cuando éste supo que la flota francesa se acercaba, envió, según la caballerosa costumbre del almirante siciliano, una barca armada retando a los enemigos a combate porque, pese a ser de noche, Roger no quiso aprovechar la sorpresa; pero tampoco esperar a la luz del día para decidir la batalla. Situadas las naves en línea de combate, se oyó la voz del almirante, que hasta aquel día había salido invicto en todas las batallas: —¡A ellos, en nombre de Dios!

La nave del almirante embistió una galera provenzal con el espolón de proa, y con tanta fuerza que toda la fila de remeros del otro lado cayó al mar. Los otros navíos hicieron igual, y se combatió a oscuras, guiados sólo por la luz de las estrellas, los reflejos del agua removida y los fuegos de los fanales de a bordo. Los ballesteros hacían gran mortandad al acercarse a las galeras y distinguir las sombras de los enemigos y, cuando se producía el abordaje, saltaban los almogávares con sus cuchillos relucientes y gritando su horroroso «¡A carne! ¡A carne!».

Al amanecer, la batalla estaba decidida: fueron apresadas trece galeras francesas y uno de los dos almirantes con cincuenta caballeros.



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