Raffles by Ernest William Hornung

Raffles by Ernest William Hornung

autor:Ernest William Hornung [Hornung, Ernest William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1945-10-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO V

UN ASESINATO INEVITABLE

De los varios robos que cometimos juntos Raffles y yo, hay algunos que no dejaré de relatar. No es que yo vacile en referir los demás; es que su total carencia de incidentes de perversión los hace completamente inútiles a mi finalidad. Nuestros planes eran tan artísticamente concebidos y desarrollados por Raffles, que las probabilidades de ser detenidos se reducían al mínimum, y apenas surgían impedimentos imprevistos, ni nos encontrábamos en dramáticos dilemas. Había en todos ellos cierta identidad, hasta en nuestro botín. Nuestras salidas de más éxito constituirían una descripción fatigosa, incluso el asunto de las esmeraldas de Ardagh, ocurrido unas ocho o nueve semanas después de las partidas de cricket de Milchester. Sin embargo, este último tuvo una consecuencia que yo no podré olvidar.

Era la tarde siguiente a nuestro regreso de Irlanda. Yo estaba esperando en mi cuarto, a Raffles, que había ido a negociar el producto de nuestro pillaje. Raffles tenía su procedimiento especial en este importante aspecto de nuestros negocios y claro es que a mí me satisfacía mucho el no mezclarme en ello. Disfrazado de vendedor y hablando siempre una jerga que dominaba, daba fácil salida a todo. Casi siempre comerciaba con el mismo individuo: un prestamista que en realidad era tan bribón como el propio Raffles. Solo últimamente fui a ver a ese sujeto, pero sin disfrazarme. Habíamos necesitado capital para el asunto de las esmeraldas y yo conseguí un centenar de libras, en las condiciones que podéis suponer, de un redomado hipócrita de barba gris, de falsa sonrisa y de ceremoniosas reverencias.

Nuestro botín de guerra estaba a punto de acabarse. Por eso me encontraba esperando, con una impaciencia que crecía a medida que avanzaba el crepúsculo, asomado a mi ventana y consumido por una terrible hipótesis, cuando oí el ruido de las puertas del ascensor, que se había detenido delante de mi cuarto. Contuve la respiración por un momento, hasta que unos golpes conocidos sonaron en la puerta.

—¿Estás a obscuras? —dijo Raffles, una vez dentro de mi habitación—. ¿Qué ocurre, Bunny?

—Nada —repuse, tranquilo—, ahora que estás aquí. ¿Cuánto te dieron?

—Quinientas libras traigo en el bolsillo.

—¡Magnífico! No sabes lo intranquilo que estaba yo. Voy a encender la luz. No he cesado de pensar en ti. ¡Veo que he sido un majadero en temer que te hubiera pasado algo! Cuando encendí el gas, vi que Raffles estaba sonriendo, pero no me fijé en la peculiaridad de su sonrisa.

—¿De modo que creías que me había ocurrido algo? —dijo Raffles, encendiendo un cigarrillo, y sin dejar de sonreír—; y ¿qué dirías si, en efecto, algo me hubiera ocurrido? Siéntate y prepárate, Bunny. Sí, me ha sucedido algo, pero sin la menor consecuencia, y, por ahora, todo está terminado. Una obstinada y larga persecución. Pero creo que he sabido escapar.

—¿La policía? —murmuré.

—No, querido. El viejo Baird.

—¡Baird! Pero ¿no fue Baird quien te tomó las esmeraldas?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué trata de cazarte?

—Mi querido Bunny, voy a decírtelo, si me dejas, pero no hay en ello nada extraordinario.



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