Purgatorio by Eloy Martínez Tomás

Purgatorio by Eloy Martínez Tomás

autor:Eloy Martínez, Tomás [Eloy Martínez, Tomás]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


4. Crees y no crees, y lo que es no es

Purgatorio, VII, 12

Todas las mañanas echo una mirada a la edición digital de los diarios argentinos. Un día de otoño, antes de dictar una de mis clases, me sorprendió leer que el doctor Orestes Dupuy había muerto de una infección pulmonar. Tenía ochenta y seis años y llevaba algún tiempo internado en terapia intensiva. Yo estaba todavía convaleciente de una enfermedad grave pero de todos modos quise ver a Emilia y darle un pésame hipócrita. Ni ella ni yo lamentábamos el fin de Dupuy.

La había perdido de vista después de nuestra conversación en el restaurante Toscana. No he hablado todavía de mis males, que me alejaron de Highland Park un tiempo del que no quiero acordarme. Enfermé de gravedad y aún no sé cómo hicieron los médicos para mantenerme vivo. Los desastres de mi cuerpo fueron muchos y la lista de los médicos que me ayudaron es larga: el urólogo Jerome Richie, los oncólogos Anthony D'Amico y Jan Drappatz, el neurocirujano Peter Black y, el más importante para mí, José Halperín, antiguo amigo con el que compartí el exilio y gracias a quien conocí a los demás. Estoy seguro de que me recuerdan, aunque sólo sea porque los abrumé enviándoles mis libros.

Emilia me hizo llegar al hospital una tarjeta de buena suerte y un CD de Keith Jarrett que me gustó mucho, The Melody at Night With You. Han pasado varios meses desde entonces y no la he llamado todavía para darle las gracias. Sé que vive en el mismo departamento de la calle Cuarta Norte y que, como antes, trabaja en Hammond. Cuando calculé que ya había regresado de la oficina, a eso de las siete de la tarde, llamé a su puerta. La encontré pálida y ajada, como si estuviera marchitándose más rápido que sus años. Me pareció que se alegraba sinceramente de verme y que, aparte de Nancy Frears, no tenía con quién hablar. Yo no quería extender la visita y estuve a punto de rechazar el té con bizcochos dulces que sirvió apenas nos sentamos, pero me contuve para no ofenderla. Una de las comunidades judías del pueblo le había pedido que volviera a trazar el mapa con los límites del eruv destruido por el vendaval de 1999. Estaba por mostrarme los bocetos cuando de pronto se puso a llorar. Era una situación incómoda y yo no sabía qué hacer. En Buenos Aires le habría dado un abrazo, pero estábamos en New Jersey, solos en su departamento, y no tenía idea de cómo lo iba a tomar. Se enjugó con un pañuelo de papel, fue a su cuarto un momento y cuando volvió estaba tranquila. Disculpa, dijo. Soy una idiota. Estoy extrañándolo mucho, es por eso. Lo extraño cada día más. Descontó que yo sabía de qué estaba hablando, pero igual lo aclaró. Extraño a Simón, dijo. Ahora que he quedado huérfana de padre y madre, me tranquiliza no estar huérfana de Simón.

Después de nuestro encuentro en el Toscana pensé que la búsqueda del marido perdido era ya historia pasada.



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