Profesora Haná by Reem Bassiouney

Profesora Haná by Reem Bassiouney

autor:Reem Bassiouney [Bassiouney, Reem]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2008-04-23T16:00:00+00:00


Capítulo 6

—¡Deja que entre! —dijo a su secretaria con voz potente mientras se levantaba de su mesa.

Jáled abrió la puerta. Una sonrisa plena de entusiasmo y vida se dibujaba en su rostro.

—Buenos días, profesora —saludó.

—Buenos días, Jáled —correspondió formal.

Su voz sonaba siempre más poderosa y desafiante cuando estaba sentada en su mesa: era casi otra persona distinta; no paraba un momento. Él tampoco se caracterizaba por tener mucha paciencia. Quería darle algo, ¡y tenía que ser ahora!

Se sentó con algo de embarazo. Luego sacó de su bolsillo un pequeño Alcorán de oro con su correspondiente cadenita.

—He estado pensando en que nos hemos casado sin que le haya regalado nada, por eso… Éste es mi regalo de boda, profesora —añadió con dulzura mientras extendía su mano con la cadena—. Es un detalle sencillo pero espero que le guste.

Aceptó el presente. Se fijó en el Alcorán: tenía un tamaño considerable. Lo sopesó sobre la palma de la mano lanzándolo con suavidad hacia arriba.

—Te has debido de gastar todo tu sueldo.

Él sonrió sin mediar palabra. Ella lo examinaba con detenimiento. No sabía qué hacer ni qué decir. Era como si alguien hubiera puesto en sus brazos un bebé y no supiera qué hacer con él. Se sentía extrañamente aturdida. Finalmente tomó la cadena y dijo:

—¿Se trata de un soborno?

—No —respondió con calma como si esperara esa pregunta.

—¿Quieres dar por terminada nuestra relación de manera pacífica?

—No, nada de eso —dijo riendo—. Solo quiero darle un regalo. ¿Nadie antes le había hecho un regalo?

—No. Nadie me ha hecho un regalo desde hace tiempo… Mucho tiempo.

Jáled se puso de pie y cerró despacio la puerta. Luego se acercó a ella y le susurró con delicadeza:

—Quisiera vérselo puesto. ¿Me permite?

—No —rehusó con firmeza.

—¿Cuándo podré verla?

—¡Ah! Ahora lo entiendo —contestó como si hubiera descubierto su juego—. Estás intentando hacer que yo te quiera.

La miró. Luego se dirigió a la puerta y la abrió.

—No tengo que intentar nada, profesora.

—¿Crees que te quiero? ¿Eso crees?

—¿La veré hoy?

—No has contestado a mi pregunta.

—No quiero contestarla.

—De acuerdo. Sí, nos veremos hoy, pero ¡no compres pastelillos! ¡No pienso comérmelos!

El asunto del regalo la angustiaba. Sentía un raro desasosiego. ¿Qué debía hacer si alguien le regalaba algo? ¿A qué estaba obligada? ¿A comprarle otro regalo?

Nadie se acordaba nunca del día de su cumpleaños. Por lo general lo pasaba sentada en su cama, con su magnífico cobertor, viendo un clásico del cine, tomando una infusión de menta y puede que un trozo —o medio— de gâteau, mientras esperaba que llegara la mañana siguiente. Unas veces su hermana la llamaba. Otras, no. Preparaba ese día con meses de antelación: pensaba en qué clase de gâteau comería ese año, qué filme escogería, qué cobertor quería…

Y de pronto llegaba este hombre para regalarle un Alcorán de oro. Así, sin más preámbulos. ¿Qué esperaba?

Perplejidad e incordio. Y si le compraba un regalo, ¿qué le compraba? Hoy antes de regresar a casa tenía que comprarle un regalo. Pero hoy no tenía tiempo. Mañana, pues.

—Lo siento, Jáled. No he tenido aún tiempo de comprarte un regalo —dijo cuando él llegó—.



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