Por el camino de las grullas by Cristina Cerezales Laforet

Por el camino de las grullas by Cristina Cerezales Laforet

autor:Cristina Cerezales Laforet [Cerezales Laforet, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2006-05-03T00:00:00+00:00


* * *

Marianela ha sido la primera en retirarse a dormir porque ella cae de pronto fulminada de cansancio. Ahora siente algo de frío acurrucada dentro del saco, y se le ha ido el sueño. Preferiría estar del otro lado de la puerta por donde se cuela una ranura de luz y le llegan las voces sofocadas de sus tres compañeros. Le recuerda las veladas en el hostal de sus padres, cuando la mandaban a dormir y oía desde la cama las risas en el salón, o cuando Petronila y Mariana se quedaban charlando en voz baja en la cocina y ella se subía al palomar tratando de pescar algo desde su soledad. Evoca aquella noche fantasmal que casi tenía olvidada. Estaba tumbada en la cama y con el deseo de estar en la cocina participando de los susurros y las risas de las dos mujeres cuando, de repente, ocurrió algo insólito. La puerta de la cocina se abrió de golpe y hasta ella llegó la voz ronca de Gonzalo. A Marianela le sorprendió la alteración de su tono, el arrastrar las palabras como si estuviera borracho. Eso nunca había ocurrido. No es que su padre no bebiera, pero aguantaba la bebida. Petronila lo decía: «El día que este pierda el control, se cae el mundo». Lo decía de risa, pero a ella en ese momento le pareció que sucedía eso: se estaba cayendo el mundo. Se inició entre ellos una discusión en sordina, como si no quisieran que las palabras insultantes la alcanzaran a ella. Era algo distinto de lo que había vivido hasta entonces. El tono de Gonzalo era otro, desgarrado. Discutían los tres de forma encarnizada. ¡Los tres! Después se sucedieron gritos y ruegos, y un largo silencio. Alguien lloraba. ¿Petronila? Nunca la había oído llorar, pero sí a Mariana, y no era ella. Tampoco Gonzalo. No, su padre no lloraba. Ella se tapó la cabeza con la almohada, con las mantas, con la ropa. No quería saber, ¡no y no! Se estaba hundiendo el mundo y ella no quería enterarse. Podría haber acudido al palomar para escuchar mejor, pero no pudo moverse de la cama. Si uno no se entera de las cosas, es como si no sucedieran. Recuerda ahora la historia que le contó el hijo del brujo en el Camino. ¡Qué fácil había sido otorgarse el papel de valiente! Yo habría mirado, le dijo ella. Yo habría hecho esto y lo otro. Pero las cosas, cuando le tocan a uno de cerca, no funcionan así. Ahora comprende el terror infantil del niño asustado por las brujerías del padre, y del hermano mayor de este, que nunca quiso enterarse de nada.

Al día siguiente las cosas se habían calmado en la casa. Gonzalo no estaba. Se asomó al cuarto de Petronila y vio la maleta preparada encima de la cama. «Se marcha», pensó, y no supo imaginar la casa sin su presencia. Le rondaban dos sentimientos contrarios: uno de angustia y otro de esperanza, por aquello de los celos.



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