Planeta silente by Lewis C. S

Planeta silente by Lewis C. S

autor:Lewis, C. S [Lewis, C. S]
Format: epub
publicado: 2009-12-12T22:00:00+00:00


CATORCE

Mientras se dirigía al bosque, a Ransom le resultaba difícil pensar en otra cosa que no fuese la posibilidad de otro balazo por parte de Weston y Devine, aunque probablemente preferirían atraparlo vivo, Esto, combinado con el conocimiento de que un jross lo estaba vigilando, le posibilitó comportarse con, por lo menos, aparente tranquilidad. Aun cuando entró al bosque, sabía que estaba en peligro.

Los largos tallos sin hojas servían para ocultarse sólo si uno estaba muy lejos del enemigo, y en este caso, el enemigo podía estar muy cerca. Sintió el impulso de gritar y entregarse a los dos hombres, pues en ese caso no tendrían motivo para quedarse en esa región y lo llevarían a los sorns, sin perturbar más a los jrossa. Pero tenía algunos conocimientos de sicología y había oído o leída sobre el irracional instinto que tiene el hombre perseguido de no querer entregarse, y hasta en sueños había obedecido esa inclinación. De cualquier modo, de ahora en adelante estaba decidido a obedecer a los jrossa o a los eldila. Desde que estaba en Malacandra, cada vez que había confiado en su propio criterio, las cosas le habían salido muy mal, y resolvió que iría a Meldilorn según le habían pedido sin hacer caso a ningún cambio de idea que pudiera ocurrírsele durante el viaje.

Esta resolución de desechar desde el comienzo cualquier impulso que modificase el propósito original, le pareció sumamente acertada. La jarandra que debía atravesar era la zona de los sorns y él se disponía a entrar, por voluntad propia, en la mismísima trampa que había evitado desde su llegada a Malacandra. (Aquí surgió el primer impulso de modificar su plan, pero inmediatamente lo sofocó). Aunque se salvara de los sorns y llegara a Meldilorn ¿quién o qué era Oyarsa? Whin había mencionado que Oyarsa no compartía la objeción de los jrossa a derramar la sangre de un jnau. Por otra parte, ese Oyarsa gobernaba a los sorns así como a los jrossa y a los pfiftriggi. Quizás era un supersorn, sencillamente. Y aquí tuvo Ransom un segundo impulso de cambiar planes. Esos viejos temores que él y los hombres de la Tierra tienen por las inteligencias de otros planetas, de poderes sobrehumanos pero infrahumanos en crueldad, lo asaltaron nuevamente. Pero siguió caminando; iba a ir a Meldilorn. No podía creer que los jrossa obedeciesen a ninguna monstruosidad maligna, y le habían dicho —¿o no?... estaba del todo seguro— que Oyarsa no era un sorn. ¿Sería un dios? ¿No sería el mismo ídolo a quienes los sorns querrían ofrecerlo en sacrificio? Pero no. Aunque habían dicho cosas extrañas sobre él, los jrossa habían negado que fuese un dios. El único dios era Maleldil el Joven. Tampoco podía imaginarse ni a Hyoi ni a Jnojra adorando a un ídolo sediento de sangre, a menos que los jrossa estuvieran dominados por los sorns, y aunque superiores a estos en todas las cualidades que los humanos valoran, dependieran de ellos por ser intelectualmente inferiores. Era una extraña



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