Picnic extraterrestre by Strugatsky Boris Strugatsky Arkadi

Picnic extraterrestre by Strugatsky Boris Strugatsky Arkadi

autor:Strugatsky Boris, Strugatsky Arkadi
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción, Fantástico
publicado: 2013-11-04T16:00:00+00:00


3. Richard H. Noonan, cincuenta y un años, supervisor de compras de equipos electrónicos en la división Harmont del instituto internacional de culturas extraterrestres.

Richard H. Noonan estaba sentado ante el escritorio de su estudio, garabateando sobre un bloc de tamaño legal. Sonreía también, simpáticamente, asintiendo con la cabeza calva, sin escuchar a su visitante. No hacía más que aguardar una llamada telefónica mientras su visitante, el doctor Pilman, lo sermoneaba perezosamente. O imaginaba que lo estaba sermoneando. O trataba de convencerse a sí mismo de que lo estaba sermoneando.

—Tendremos en cuenta todo eso —dijo finalmente Noonan, cruzando otro grupo de cinco rayitas y cerrando el bloc—. Realmente es muy extraño.

La esbelta mano de Valentine sacudió limpiamente las cenizas de su cigarrillo en el cenicero.

—¿Y qué es, exactamente, lo que tendrán en cuenta? —preguntó con mucha cortesía.

—Bueno… todo lo que usted acaba de decir —respondió alegremente Noonan, recostándose en su sillón—. Hasta la última palabra.

—¿Y qué es lo que dije?

—Eso no importa. Lo que haya dicho lo tendremos en cuenta.

Valentine (el doctor Valentine Pilman, ganador de un Premio Nóbel) estaba sentado frente a él, en un mullido sillón. Era menudo, delicado y limpio. No tenía una sola mancha en su chaqueta de ante ni una arruga en los pantalones. Camisa de un blanco cegador, corbata de color liso, muy seria, zapatos relucientes. Una sonrisa maliciosa en los labios delgados y pálidos; enormes anteojos oscuros. La frente ancha y baja, coronada por un corte casi al rape.

—En mi opinión, a usted se le paga un sueldo fantástico para nada —dijo—. Y además, también en mi opinión, usted es un saboteador, Dick.

—¡Shhhh! —susurró Noonan—. No tan fuerte, por el amor de Dios.

—En realidad —agregó Valentine—, hace mucho tiempo que lo vengo observando. Creo que usted no hace nada.

—¡Un momento! —interrumpió Noonan, agitando su dedito rosado—. ¿Qué es eso de que no hago nada? ¿Acaso he dejado de hacerle entregar un solo pedido de repuestos?

—No sé —respondió Valentine, volviendo a sacudir las cenizas—. Recibimos equipos buenos y equipos malos. El bueno llega con más frecuencia, pero no sé qué tiene usted que ver con eso.

—Bueno, si no fuera por mí, los materiales buenos serían mucho más escasos. Además, ustedes los científicos se la pasan rompiendo buenos equipos y pidiendo repuestos. ¿Y quién les cubre las espaldas? Por ejemplo…

En ese momento sonó el teléfono. Noonan se interrumpió para tomar el receptor.

—¿Señor Noonan? —preguntó la secretaria—. Otra vez el señor Lemehen.

—Comuníqueme.

Valentine se levantó, se llevó dos dedos a la frente en señal de despedida y salió del despacho. Menudo, erguido y proporcionado.

—¿Señor Noonan? —dijo en el tubo la voz conocida y pesada.

—Sí, escucho.

—No es fácil comunicarse con usted en el trabajo, señor Noonan.

—Acaba de llegar un nuevo embarque.

—Sí, ya lo sé, señor Noonan. Estoy aquí por poco tiempo. Quisiera que discutiéramos personalmente unas cuantas cosas. Me refiero a los últimos contratos con Mitsubishi Denshi. El aspecto legal.

—A sus órdenes.

—En ese caso, si no tiene inconvenientes, ¿por qué no pasa por nuestras oficinas dentro de media hora? ¿Le parece bien?

—Perfecto.



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