Pesadilla en Manhattan by Thomas Walsh

Pesadilla en Manhattan by Thomas Walsh

autor:Thomas Walsh [Walsh, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1953-06-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO IV

La dirección que obtuvieron del segundo hermano Rothman resultó ser el último piso de un edificio de ladrillo de departamentos, cerca de la Avenida University. Los detectives de la central de policía y de todo el distrito, que recorrían la zona desde la noche anterior, cuando el agente enviado por Calhoun había perdido de vista por allí al grandote pelirrojo, rodearon la casa y la cercaron pocos minutos después que Donnelly telefoneara la orden, pero sin resultado. Cuando llegó el Inspector, se descubrió que el departamento era más pequeño y miserable que la casa de la Avenida Maple número 24; no tenía más que tres habitaciones y estaban vacías como las de aquélla.

Así fue cómo dos veces durante esa misma noche, una, en la estación Manhattan con el grandote pelirrojo, y otra, cerca de la Avenida University con el chico de Murchison, tuvieron la oportunidad de poner término al asunto; y dos veces, por una mera cuestión de minutos, no pudieron hacerlo.

Todos los datos que consiguieron en el departamento les fueron suministrados por el portero de la casa. Una mujer lo había alquilado amueblado hacía unos días, bajo el nombre de Mae Stanton, y la habían visto salir con un niñito, de cuya existencia el portero no había sido informado, aproximadamente a la misma hora en que Louie Rothman era apresado en la estación Manhattan.

Al parecer, sólo había dos explicaciones posibles a su actitud. Una, era que habría advertido una actividad policial poco común en el vecindario y se hubiera escapado con el chico como simple medida de precaución. Otra, la más probable, según Donnelly, era que el pelirrojo debía de haberlo planeado así desde el comienzo.

Pero Calhoun apenas si consideraba ese aspecto de la cuestión. Lo que le interesaba en ese momento era la noticia sobre el chico, el saber que no le había sucedido nada el día anterior, ya que el portero de los departamentos lo había visto nada más que media hora antes. Como es natural, aun él se sentía terriblemente defraudado al comprender que habían perdido al pequeño Tony Murchison tan sólo por ese pequeño margen; sin embargo, mezclada con ese sentimiento y a veces hasta reemplazándolo, experimentaba una abrumadora sensación de alivio de la idea de su responsabilidad personal en el asunto, y que había pesado sobre su espíritu cada vez más, desde que había permitido salir libremente de la estación Manhattan a esos dos hombres el viernes por la noche.

De manera que el chico estaba vivo; no hacía falta ya conjeturar después de escuchar el relato del portero; y si no le habían hecho nada hasta ese instante, especialmente durante las primeras horas, que siempre eran las de mayor nerviosidad y peligro, no había razón para suponer que ahora lo harían desaparecer. Todo había cambiado; por eso, Calhoun comenzó a sentir un no infundado optimismo, aun antes de abandonar el departamento de la Avenida University.

Lo que tenían que hacer ahora era claro. Pagar al grandote, se decía Calhoun, conseguir que les entregara al



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