Permiso para vivir by Alfredo Bryce Echenique

Permiso para vivir by Alfredo Bryce Echenique

autor:Alfredo Bryce Echenique [Bryce Echenique, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1992-12-31T16:00:00+00:00


EL VIZCONDE DE CALAFELL

Veinte años y dos etapas que, hasta el día de hoy, abarcan la mayor parte de mi vida en Europa. Cada etapa tiene una década, más o menos, y no quiero caer en minuciosidades cronológicas porque aquellos años fueron tan lentos como veloces, y sus meses, semanas y días fueron a veces lentos y a veces veloces. Cuando las horas veloces es el título del tercer y último volumen de las bellísimas memorias de Carlos Barral, que solía llamarme virrey por aquello de mi antepasado Pío Tristán, que dejó sin legítima herencia a Flora Tristán, la paria que peregrinó hasta el Perú en busca del rosario de su padre. A Carlos le encantaban los datos de aquella historia que yo entremezclaba con anécdotas recogidas de la memoria familiar y condimentadas por mi progresivo alejamiento geográfico del Perú. Él era el vizconde de Calafell y yo había sido su «última ilusión ultramarina», según cuenta en aquel tercer volumen veloz e impreciso cuyo penúltimo capítulo me dio a leer en el que fuera nuestro último encuentro en su vizcondado. Me sorprendió tremendamente descubrir que había sido yo quien encabezó aquel «grupo de desmelenados bebedores [que] cargó en la cuenta del novelista cubano Lisandro Otero la reserva entera de la bodega del hotel…».

Leí aquel capítulo —y aquella frase que Carlos colocaba entre signos de interrogación— esa misma noche, al acostarme, y recordé el episodio de aquel Congreso de Caracas, en 1981. Lo recordé con mi memoria. Precisamente por culpa de Carlos y de su esposa Ivonne, y no porque yo no lo intentara, no pude beber una sola copa durante aquel congreso. Solo la última noche, después de la clausura, el gran amigo y escritor venezolano Salvador Garmendia nos invitó a Jorge Edwards y a mí a salir por ahí… Y del muy desagradable episodio del que fue víctima Lisandro Otero me enteré días antes en mi dormitorio del hotel, donde Ivonne y Carlos me mantenían encerrado porque tenía que entregarle corregidas las galeradas de La vida exagerada de Martín Romana, antes de regresar a Montpellier, y para eso faltaban solo tres o cuatro días. A la mañana siguiente bajé a la hora del desayuno, cuando ya aquel tremendo desaguisado, aquel complot contra Lisandro, organizado por jóvenes poetas lugareños y algún borrachín más totalmente ajeno al congreso, se había solucionado al asumir la cuenta algunos de los organizadores del congreso, o a lo mejor fue el propio Guillermo Morón, caballeroso embajador cultural de su país. Lo cierto es que aparecí en el comedor en que desayunaban la mayor parte de los asistentes, me acerqué a la mesa en que Lisandro Otero desayunaba en compañía de Jorge Rufinelli y otros contertulios, y le dije a Lisandro que venía a pedirle públicas disculpas por algo que yo no había hecho. Lisandro se levantó para abrazarme, y me dijo que eso lo sabía perfectamente bien.

Era un precioso capítulo de Cuando las horas veloces y, muy probablemente, cuando Carlos me lo dio a leer, ni cuenta se dio de que mi nombre aparecía en él.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.