Perez Galdos, Benito by La de bringas

Perez Galdos, Benito by La de bringas

autor:La de bringas [bringas, La de]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2012-09-17T19:15:39+00:00


Benito Pérez Galdós

La de Bringas

Un buen rato le duró la risa, de la que participaron todos los presentes, incluso la señora, quien tuvo la increíble bondad de acompañar a Refugio hasta la puerta, y obsequiarla con algunas frases amables.

- XXVII -

-¿No le preguntaste si se han casado? - dijo Rosalía a su esposo, cuando volvió apresuradamente al lado de él.

-Tuve la palabra en la boca más de una vez para preguntárselo; pero no me atreví, por temor a que me dijese que no, y tomase yo un berrinchín.

[170]

-He tenido que contenerme, para no ponerla en la calle - declaró la dama haciendo todo lo necesario para mostrarse poseída de un furor sacro, hijo legítimo del sentimiento de la dignidad-. Es osadía metérsenos aquí y venir con recados estúpidos de la buena pieza de su hermanita..., otra que tal. ¡Ni qué nos importa que Amparo se interese o no por nosotros!... Pues los sentimientos de Agustín también me hacen gracia... Una gente para quien el catecismo es como los pliegos de aleluyas... Yo estaba volada oyéndola. No sé cómo tú tenías paciencia para aguantar tal retahíla de mentiras y sandeces... Y ahora se sale con vender novedades..., ¡qué porquerías serán ésas! Te aseguro que me daba un asco...

La entrada del señor de Pez cortó la serie de observaciones que sin duda habían de ilustrar el asunto. Poco después, Bringas, que no se cansaba nunca de dar órdenes, dispuso que de allí en adelante se comiese a la una o una y media, a usanza española, cenando a las nueve de la noche.

Esto no sólo era más cómodo en la estación calorosa, sino más económico, porque se gastaba menos carbón. La cena debía de ser de cosa ligera.

Recomendó mi hombre las lentejas, menestras de acelgas y guisantes, aunque fueran de caldo negro, las sopas de ajo, y abstinencia de carne por las noches. Este plan no tenía más inconveniente que la necesidad de añadir a los [171] estómagos, de tarde, el peso de un chocolatito, cuya carga, por la circunstancia de haberse pegado doña Cándida a la familia como una lapa, se hacía punto menos que insoportable. Verdad es que Dios iba siempre en ayuda de Thiers, porque doña Tula, que en verano adoptaba el mismo sistema de comidas, hacía todas las tardes un chocolate riquísimo y casi siempre mandaba al enfermo una jícara, bien custodiada de mojicón y bizcochos.

-Esta doña Tula - decía Bringas cuando sentía entrar a la criada de su vecina-, es una persona muy atenta...

Rosalía pasaba a la vivienda de doña Tula, y rara vez faltaba Pez al chocolate de las seis y media..

Allí se encontraban otras personas muy calificadas de la ciudad, como la hermana del intendente, un señor capellán a veces, el oficial segundo de la mayordomía, el inspector general, el médico y otros. Milagros no ponía nunca los pies en la casa de su hermana, pues hacía algún tiempo que no se trataban. Hablando de la marquesa, solía doña Tula designarla con alguna reticencia; pero sin pasar de aquí.



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