Patente de impunidad by Elliot Dooley

Patente de impunidad by Elliot Dooley

autor:Elliot Dooley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1982-03-03T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

En un estado de profunda somnolencia, sin salir del sueño en que se sentía tan a gusto, con los ojos completamente cerrados, Karine tuvo la extraña sensación de que no estaba sola en su habitación.

La muchacha experimentó a flor de piel una especie de quemazón. Parecía que alguien se entretuviese pasando una brasa a pocos centímetros de aquélla, sin acabar de tocarla, sin quemarla.

Karine había estado soñando hasta ese instante con su prometido, tratando de decidirle, con sus caricias, a que aceptara el riesgo que representaba unirse durante y a pesar de la guerra.

Ella había sentido en sus labios el fuego abrasador de los besos de Jan. Y también, en su interior, la ardiente llamarada de una caricia definitiva que no llegaba a producirse.

Una caricia inexistente y, por lo tanto, incapaz de satisfacerla, de saciarla.

De pronto, la presión que notó en los labios, acariciadora y acuciante a un tiempo, la llevó a imaginar que el Jan de su sueño estaba allí, desnudo, junto a ella.

Y Jan la besaba con mayor pasión que nunca.

Karine percibió el peso de aquel cuerpo viril que gravitaba sobre el suyo, haciéndola gemir al abrirse instintivamente a las caricias que tanto había estado deseando.

Unas caricias con las que soñara hacía sólo unos instantes y que, de modo sorprendente, ahora le parecían muy reales.

Resistiéndose a salir de aquella grata somnolencia, del dulce sopor que la invadía por entero exacerbando su sensualidad, gozando en el placer que extendía por todo su cuerpo, Karine alzó los brazos para estrechar entre ellos al cuerpo masculino que estaba iniciando ya su posesión.

La muchacha oyó entre sueños como era pronunciado su nombre con vibraciones de placer, pero no llegó a captar el acento extranjero ni el tono bronco de la voz.

Y ella, a su vez, al entregarse, susurró:

—Jan… Jan, amor mío…

* * *

Clyde Larkin se deslizó sigilosa, furtivamente, fuera de la cama de la muchacha. En pie junto a ella la contempló unos instantes y sonrió. Estaba satisfecho del placer gustado.

«También ella lo ha pasado bien —pensó al ver que Karine continuaba dormida y había una sonrisa en sus labios—. Soñaba con el bobalicón de Jan pero ha sido conmigo con quien ha disfrutado».

Encogiéndose de hombros, Larkin se deslizó de puntillas fuera de la habitación y gañó el pasillo, para regresar a su dormitorio con la actitud de un ladrón, o como quien acaba de cometer un crimen inconfesable.

Pero… ¿qué le importaba a un hombre como Larkin un crimen más o menos?

Nada. No le importaba lo más mínimo.

Entró en su habitación y cogió un «caporal» que se llevó a los labios, encendiéndolo y fumando despacio, con delectación, disfrutando de aquel sabor acre, igual que poco antes había gozado con el sabor afrodisíaco de los labios de Karine.

Haciendo una mueca burlona, el americano murmuró:

—Me resulta difícil creer eso de que ella no se diera cuenta de que no estaba con su Jan sino que era yo quien la montaba. Al disfrutar como lo hizo tenía que despertarse. Claro que la pobrecilla se estaba consumiendo en ganas de gozar con un hombre.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.