Pétalos al viento by V.C. Andrews

Pétalos al viento by V.C. Andrews

autor:V.C. Andrews
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 1979-12-31T16:00:00+00:00


DEMASIADOS AMORES PERDIDOS

Sorda y petrificada como una de las estatuas de mármol de Paul, me senté en la galería y contemplé el cielo nocturno, que empezaba a ponerse tormentoso con la acumulación de nubes negras. Julián vino a sentarse a mi lado, y yo, entre sus brazos, empecé a llorar sin ruido.

—¿Por qué? —preguntó él—. Me amas un poco, ¿verdad? Tu médico no puede estar muy afligido; se ha mostrado muy amable conmigo y me ha dicho que venga a consolarte. Entonces apareció Henny para indicarme, con sus rápidos signos, que su doctor iba a marcharse de viaje y que yo me quedaría en la casa.

—¿Qué te está diciendo? —preguntó Julián, incomodado—. ¡Maldición! Es como oír a alguien hablando en una lengua extranjera. Me siento excluido.

—¡Espérame aquí! —le ordené. Después me puse en pie de un salto, corrí hacia la casa, subí por la escalera de atrás y entré en la habitación de Paul, donde estaba metiendo ropa en una maleta abierta sobre la cama.

—¡Oye! —grité, desolada—. ¡No hay razón para que te vayas! Ésta es tu casa. Me iré yo. Me llevaré a Carrie, ¡y así no tendrás que volver a verme! Él se volvió, me dirigió una larga y triste mirada, y siguió metiendo camisas en la maleta.

—Me quitaste a la esposa que esperaba, Cathy, y ahora quieres quitarme a mi hija. Carrie parece carne de mi carne y sangre de mi sangre, y no se adaptaría a tu estilo de vida. Deja que se quede conmigo y con Henny. Déjame algo que pueda considerar mío. Volveré antes de que te vayas… y te diré, de paso, que el padre de Julián está enfermo, muy enfermo.

—¿Está enfermo Georges?

—Sí. Quizá no sepas que padece una dolencia renal desde hace años y que lleva varios meses sometido a un tratamiento de diálisis. No creo que viva mucho tiempo. No es paciente mío, pero he ido a verle a menudo, sobre todo para saber de ti y de Julián. Ahora vete, Cathy, por favor, y no me obligues a decir cosas que tal vez lamentaría después. Lloré de bruces en mi cama, hasta que Henny entró en mi habitación. Sus manos firmes, maternales, morenas, acariciaron mi espalda. Los ojos castaños, nublados y acuosos de Henny, decían lo que no podía pronunciar su boca. Me habló con ademanes y, después, sacó del bolsillo un recorte del periódico local. ¡La noticia de mi boda con Julián!

—Henny —gemí—, ¿qué voy a hacer? Estoy casada con Julián, y no puedo pedir el divorcio; él depende de mí, ¡cree en mí!

Henny encogió los anchos hombros, expresando que la gente era tan complicada para ella cómo para mí. Después, dijo con rápidos signos: «Hermana mayor, siempre provocar grandes disgustos. Un hombre perjudicado ya, no buena cosa perjudicar a dos. Doctor, bueno, fuerte, superará contratiempos; pero joven bailarín quizá no podría superarlo. Enjuga lágrimas, no llores más, ve abajo y toma de la mano a tu nuevo marido. Todo se arreglará. Ya verás».

Hice lo que Henny me indicaba;



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