Paradoja del comediante by Denis Diderot

Paradoja del comediante by Denis Diderot

autor:Denis Diderot [Diderot, Denis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 1829-12-31T16:00:00+00:00


Carta a Mme Riccoboni

De Mme Riccoboni

18 de noviembre de 1758

Entro en este gabinete donde usted nos interroga, y a las preguntas que usted nos hace, agrego la siguiente: Monsieur Diderot, ¿por qué no me ha mostrado su manuscrito? ¿Me ha creído capaz de envanecerme por su confianza? ¿Piensa que hubiera gritado en todas partes: «Me han consultado, he dado mi opinión»? De todas las razones que lo han obligado a faltar a su compromiso, la más halagadora que puedo encontrar es que usted me ha tomado por una tonta atada a la especie de comedia que suele hacer y sin condiciones para apreciar otro género. Si se digna absolverse de esa falta, puede estar seguro de que yo no se la perdono.

Leí con atención El padre de familia. Le agradezco que me lo haya dado, sin olvidar que no me lo había mostrado. Para castigarlo por esa desconfianza, de la cual estoy vivamente impresionada, no le haré ningún elogio. ¿Le molesta un poco? ¡Mejor así, es lo que quiero! ¡Ah, hombre, qué orgullo tienes! No voy a aumentarlo con alabanzas. Germeuil[42] no lo hubiera hecho. Es amable, el tal Germeuil; si hubiera escrito una obra y hubiera prometido mostrármela, habría cumplido su palabra; pero usted no tiene palabra, Siphax.[43] Pero quiero justificar a los comediantes con respecto a algunos puntos en los que les atribuye defectos que no tienen.

Por lo común, los antiguos presentaban la acción en una sala pública. De allí que los españoles, y después los italianos, hayan conservado el uso de una plaza con las puertas de las casas en que viven los principales personajes. Agregaron un cuarto porque descuidaron la unidad de lugar; descuido que produce grandes ventajas. Los franceses, como tienen público en el escenario, sólo pueden poner decorados en el fondo. Planteado esto, si usted quiere un cuarto del tipo de los que uno habita, la chimenea estará en el medio. Así, en una considerable lejanía, los actores que usted coloque a esa distancia no tendrán movimientos que puedan advertirse. El teatro es un cuadro, de acuerdo; pero es un cuadro movedizo cuyos detalles no se tiene tiempo de examinar. Debo presentar un objeto fácil de distinguir y cambiarlo enseguida. La posición de los actores, siempre de pie, siempre vueltos hacia el público, le parece a usted torpe, pero esa torpeza es necesaria por dos razones. La primera, que el actor que gira la cabeza lo suficiente para ver el segundo bastidor sólo puede ser oído por la cuarta parte de los espectadores. La segunda, que en una escena interesante, el rostro agrega a la expresión; hay ocasiones en que una mirada, un pequeño movimiento de la cabeza pueden hacer mucho; en que una sonrisa puede hacer sentir que uno se burla de aquel a quien escucha, o que engaña a aquel al que habla, que los ojos levantados o bajos marcan mil cosas diferentes; y que a tres pies de las lámparas un actor y a no tiene rostro.

Los antiguos iban enmascarados, y



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