Paradiso (Ed. Crítica) by José Lezama Lima

Paradiso (Ed. Crítica) by José Lezama Lima

autor:José Lezama Lima [Lezama Lima, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1965-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XIII[678]

Al finalizar el crepúsculo —oficinistas más lentos y especializados, regresos de citas, invitaciones a comer—, los ómnibus abren sus puertas, no a los tumultuosos vecinos de los pasajeros matinales, sino a un tipo de viajero con un cansancio más noble. El pasajero de ómnibus, en el crepúsculo, todavía se mantiene más jerarquizado, como si en una forma inconsciente despreciase a los tripulantes oficiosos de otras horas, que aquel estima innobles. No solo precisa con detenimiento el rostro de los otros pasajeros, sino pesca más finas curiosidades de las vitrinas iluminadas. El trayecto que vence es también generalmente más extenso que el del tripulante matinal. Eso lo lleva a detallar más ennoblecedoras posturas, como si posase para un escultor que desea una posición mantenida al menos durante la primera media hora de trabajo[679].

Aunque aquel ómnibus ofrecía curiosas modificaciones, los pasajeros las soportaban sin exceso de asombro, y parecía que habían asimilado sus extraños procedimientos. A la derecha del timón, un círculo de acero bruñido giraba sus piñones guiados por la testa decapitada de un toro. Giraba la testa cuando alcanzaba el ómnibus mayor velocidad, los cuernos se abrillantaban como un fósforo que inauguraba su energía. De pronto, la testa esbozó una nota roja, el cansancio le hacía asomar la punta de la lengua, y el fósforo irritado de los cuernos comenzó a palidecer. El ómnibus se fue abandonando a una lentitud, en aumento a pesar de los reojos del timón, hasta que se detuvo sin la menor violencia. El conductor levantó la testa taurina, la guardó en una caja negrísima, se viró hacia los tripulantes y les dijo:

—Voy a llamar a la Central, para que envíen otra testa de toro, si alguno está apurado le devuelvo su pasaje. Los que quieran esperar, les aconsejo que enciendan un cigarro o se hagan amigos de sus vecinos.

No tardó en llegar el mecánico, sudoroso, un poco sombrío. Se viró hacia el conductor: —Es un descuido suyo, no vio que la cabeza rotaba más de dos horas en el mismo sentido. Ya yo les he dicho, en las clases prácticas, que entonces hay que hacer el cambio en la espiral rotatoria. Si rotaba de derecha a izquierda, las dos horas que le siguen la testa tiene que girar en sentido inverso.

—Ahora tiene —prosiguió— que apurarse; con cuidado, para que el pasaje recupere su tiempo y a usted le hagan menos rebaja en la Central. Ya se dijo que en esta primera semana de ensayo, se rebajará la mitad de lo acostumbrado. Andando —y dio unas palmadas conminatorias.

En el tiempo que el ómnibus estaba detenido, subió un señor alto, de piel cansada, con una mirada que al llegar al objeto parecía transparentarlo. Ligero, transparente, eran las primeras palabras que se levantaban en nosotros[680] al mirarlo. Sus bolsillos sonaron indiscretamente una excesiva cantidad de monedas, para llevarlas fuera de un monedero, aunque el viajero estaba atento a su tintineo, como quien sabe el valor de lo que oculta.

Regresaba de El Tesoro, casa de antigüedades, a donde



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