Paraíso en peligro by Octavus Roy Cohen

Paraíso en peligro by Octavus Roy Cohen

autor:Octavus Roy Cohen [Cohen, Octavus Roy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1944-01-01T00:00:00+00:00


XVII

La velada con Iris resultó un éxito, en la medida en que yo podía esperarlo. Se mostró tan gentil como siempre, lo que quiere decir que fué la chica más gentil del mundo. La llevé a un restaurante tranquilo y agradable donde creí que nadie la reconocería. Pero la reconocieron. Una pareja de personas mayores le pidió que les firmara la lista. Creyéndose obligados, se sentaron un rato con nosotros y hablaron de su vieja ciudad natal. Son las molestias que debe soportar el enamorado de una celebridad.

Luego hablamos de su programa de radio. Iris aseguró que había trabajado mucho y le creí. Me alegré pues era la mejor manera de retornar a la normalidad. Le pedí que me consiguiera una entrada para la audición del lunes por la noche. Prometió traerla. No averigüé si Crowley estaría. De sobra sabía que no iba a faltar.

Después de cenar le pregunté adónde quería ir. Mentalmente hice un pedido. Iris dijo que prefería su departamento para pasar una noche tranquila. Mi pedido se había cumplido. Llegamos caminando. Entramos. Encendimos nada más que las luces necesarias para que el ambiente fuera respetable y al mismo tiempo íntimo. Nos sentamos juntos en el sofá y nos dispusimos a descansar. Pero de improviso y sin quererlo volvimos al tema inevitable: los asesinatos.

Le referí la entrevista entre Carrington y Hernández. Se mostró tan sorprendida como yo.

—No comprendo, Jimmy —dijo—. ¿Qué interés puede tener Wally en conocer a Hernández?

—Eso mismo me pregunto —respondí—. Doy vueltas al asunto sin llegar a ninguna conclusión. Pero me aferro a la idea de que esto tiene algo que ver con los famosos cigarros.

—Es ridículo. ¿Qué sabe Wally de esa caja?

Yo no sabía. Nunca le había mencionado los cigarros a Carrington ni a nadie, fuera de Dan y los pesquisas. Seguimos con el tema sin llegar a nada. Por último lo dejamos.

Como en eso estábamos, quise aclarar otro punto. Necesitaba que el instinto de una mujer me guiara.

—Oye, Iris; dime si soy o no un hombre fascinador —le dije.

—Eres estupendo.

—Necesito saber si soy algo más que estupendo y si una chica extraordinaria podría interesarse por mí a primera vista.

—Sí. Siempre que sea muy extraordinaria.

—¡Ajá! —hice sarcásticamente; luego le conté mi relación con Gloria Sherman.

—Podría esto ser un juego para ponerte celosa y hacerte caer en mis brazos. Pero no lo es.

—Yo miraría más lejos y haría algo peor.

—No quiero eso. Aquí tienes a un varón azorado en busca de la verdad. No puedo hacerme a la idea de que soy irresistible.

—Eres modesto, Jimmy.

—Pffff. Con eso no me contestas. No lo creo. Fué demasiado pronto.

—¿Amor a primera vista?

—Quizá… Sin embargo, me figuro algo distinto y me parece que lo más prudente es no creer en mi atracción varonil. Pero si no se debe a eso, ¿a qué se debe entonces?

Iris me miró fijamente.

—Quizá los dos estemos mal de la cabeza, Jimmy. Hemos pasado tantas estos días, que puede parecemos inusitado un hecho bien real.

Convine en que tenía razón, pero no me convencía.

—Howard Lawton la presentó —dije luego.



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