Pandemonio by Francis Picabia

Pandemonio by Francis Picabia

autor:Francis Picabia [Picabia, Francis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1973-12-31T16:00:00+00:00


La Provenza risueña y feliz se solaza bajo el sol. Sus pueblos son joyas que ella lleva formando un collar en torno al mar azul. Discurre por caminos sembrados de tomillo hasta las montañas del Isère. Pero también tiene sus lugares de pena y aburrimiento como los días tristes de una joven.

Pasó algunas páginas y comenzó a leer mientras empezaban a sonar los acordes de un tango.

Al día siguiente, Marie, que había llegado a Aix en el tren de la tarde, se despertó en su hotel de la calle Dunes. Los visillos de muselina[174] dejaban que el sol se deslizara hasta ella. Estaba a gusto. Hacia las once se levantó y se sentó en su tocador. Una larga bata de seda blanca la envolvía con sus pliegues. Su cabello suelto brillaba sobre ella: su amante no había cedido a la moda del pelo corto.

Marie esperaba a Pierre febrilmente. Quería echarlo a suertes, pero tenía miedo de la fortuna y pensó que era mejor aceptar los designios de su marido si Paul-Paul llegaba a tiempo.

Pierre fue el primero en llegar. Marie salió de su ensoñación y levantó la frente. Desde el momento en que entró y la abrazó, se sintió horrorizada por él. Estaba pálido. Sus gestos ya no tenían aquella espontaneidad inocente de antaño. Como había estado todo el día previo con su amante, tenía una suerte de autoridad marital que a la joven le resultó antipática. Y además estaba el peligro, el gran peligro del recuerdo…

—¿Lo has logrado? —le preguntó ella ásperamente.

Pierre dudó unos instantes. Podía escuchar en su interior todo lo que hubiera querido oír en la boca de Marie. Su mirada se clavó por fin en la de su amante. Pero evitó responder directamente.

—No me has preguntado si alguien ha venido a verme esta mañana… —insinuó él dulcemente.

—¿Qué? ¿Es posible?

—Sí, alguien ha venido.

—¿Y quién puede ser? ¡Habla!

Temía que fuera Paul-Paul.

Bajó la mirada, pero lo hizo para observarla mejor.

—La mujer —dijo él.

—¿Cuál es su nombre?

—Sólo te lo quiere decir a ti.

—¡Seguro que es una chica del casino!

Pierre negó con la cabeza.

—No, no —dijo con determinación mirando un anillo que la mujer tenía en la mano—. Es una prostituta.

—Puede ser. ¿Qué te hace pensar eso?

—Su aspecto. Tenía algo que recordaba a las furcias.

Marie no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Es hermosa?

Pierre puso ante los ojos de su amante una fotografía.

—¿Crees que hay muchas mujeres como ésta en los prostíbulos?

Marie echó una mirada furtiva a la imagen, pero enseguida soltó un grito y cogió el retrato. Una palidez súbita invadió sus rasgos. Su pecho se elevó con precipitación. Bajo la fotografía, acababa de reconocer el nombre del individuo a quien más había amado…

En ese mismo instante, un camarero del hotel llamó a la puerta y entró con un enorme ramo de flores. Eran parecidas a las que le habían dejado en el vagón cuando partía de la Costa Azul.

Pierre no alcanzaba a comprender la actitud de Marie. Su juventud era un obstáculo para su sensibilidad. No podía saber que los acontecimientos más graves suceden siempre por haber abierto una puerta.



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