Otelo : el moro de Venecia by William Shakespeare

Otelo : el moro de Venecia by William Shakespeare

autor:William Shakespeare [Shakespeare, William]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2010-01-01T22:00:00+00:00


Escena Cuarta

Delante del castillo

Entran DESDÉMONA, EMILIA y el BUFÓN

DESDÉMONA.- ¿Sabéis, pícaro, dónde se aloja Cassio?

BUFÓN.- No me atrevo a decir que se aloja en ninguna parte.

DESDÉMONA.- ¿Por qué, amigo?

BUFÓN.- Es un soldado, y para mí decir que un soldado miente es darle de puñaladas.

DESDÉMONA.- ¡Quita allá! ¿Dónde se aloja?

BUFÓN.- Deciros dónde se aloja es deciros dónde miente.

DESDÉMONA.- ¿Puede sacarse algún sentido de esas palabras?

BUFÓN.- No sé dónde se aloja; inventarle un alojamiento y decir que se aloja aquí o allá sería mentir por mi propia garganta.

DESDÉMONA.- ¿Podéis inquirir de él e informaros religiosamente?

BUFÓN.-Catequizaré a todo el mundo para buscarle. Es decir, que haré preguntas y contestaré según las respuestas.

DESDÉMONA.- Buscadle y pedidle que venga acá. Decidle que he movido a mi esposo en favor suyo y que espero que todo irá bien.

BUFÓN.- Hacer esto entra en el círculo de las cosas que puede abarcar el ingenio de un hombre, y por consiguiente voy a intentar realizarlo. (Sale.) DESDÉMONA.- ¿Dónde pude haber perdido ese pañuelo, Emilia?

EMILIA.- Lo ignoro, señora.

DESDÉMONA.- Créeme, hubiera preferido perder mi bolsa llena de cruzados, pues si mi noble moro no fuera un alma leal y exento de esa bajeza de que están hechos los seres celosos, sería esto bastante para despertar en él malos pensamientos.

EMILIA.- ¿No es celoso?

DESDÉMONA.- ¿Quién, él? Pienso que el sol bajo el cual ha nacido secó en él semejantes humores.

EMILIA.- Miradle dónde viene.

DESDÉMONA.- No quiero dejarle ahora, hasta que llame a Cassio.

Entra OTELO

¡Hola! ¿Cómo estáis, mi señor?

OTELO.- Bien, mi querida mujer... (Aparte.) ¡Oh, qué difícil es disimular! ¿Cómo os encontráis, Desdémona?

DESDÉMONA.- Bien, esposo mío.

OTELO.- Dadme vuestra mano. Esta mano está húmeda, señora.

DESDÉMONA.- Aún no he sentido la edad, ni conocido los pesares.

OTELO.- Esto arguye liberalidad y corazón pródigo. ¡Cálida, cálida y húmeda! Esta mano requiere renunciación de la libertad, ayunos y plegarias, mucha mortificación y ejercicio de votos; pues hay en ella un diablo joven y sudoroso que habitualmente se insurrecciona. Es una mano tierna, una mano franca.

DESDÉMONA.- Podéis decirlo así, en verdad, pues esta mano fue la que os entregó mi corazón.

OTELO.- ¡Una mano generosa! Antes eran los corazones los que daban las manos. Pero nuestro nuevo blasón es... manos, no corazones.

DESDÉMONA.- No sé nada de eso. Vengamos ahora a vuestra promesa.

OTELO.- ¿Qué promesa, paloma?

DESDÉMONA.- He enviado a decir a Cassio que venga a hablar con vos.

OBELO.- Tengo un catarro tenaz y pícaro que me molesta. Préstame tu pañuelo.

DESDÉMONA.- Aquí está, mi señor.

OTELO.- El que yo os he dado.

DESDÉMONA.- No lo llevo encima.

OTELO.- ¿No?

DESDÉMONA.- No, por cierto, mi señor.

OTELO.- Es una lástima. Ese pañuelo se lo dio una egipcia a mi madre. Era una maga que casi podía leer los pensamientos de las gentes. Y le dijo que mientras lo conservara, la haría atractiva y sometería eternamente a mi padre a su amor; pero que si lo perdía o entregaba, los ojos de mi padre se apartarían de ella con disgusto, y su alma se lanzaría a la caza de nuevas inclinaciones amorosas. Al morir, me lo dio y recomendome que cuando el destino quisiera que me casara, se lo entregase a mi esposa.



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