Orillas profundas by Franc Murcia

Orillas profundas by Franc Murcia

autor:Franc Murcia [Murcia, Franc]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-06-14T16:00:00+00:00


22

Redención

Frida se apeó del biplaza en el mismo lugar de la otra vez. No quiso subir a Can Ruti por el camino más rápido y volvió a hacerlo por la Vallençana. La tarde llegaba a su fin y pudo ver cómo el mar engullía al sol, derramándose en efervescencias apagadas. Frida notó cómo se le erizaba la piel. Tenía que subir al poblado ibérico del Puig Castellar por el torrente de las brujas un día que tuviese libre. Con ese propósito fue a montarse de nuevo en el coche y poner rumbo al hospital.

La tonadillera preguntó por la habitación del padre Raurich. Cuando la encontró, se aseguró de que se hallara solo antes de entrar. Tampoco había nadie en la cama contigua a la del religioso. A Frida le pareció que estaba dormido, pero el padre miraba por la ventana. Se deleitaba con el paisaje, embellecido por la pátina de luz crepuscular que se recortaba tras el cristal. La planta donde se hallaba la habitación era de las más altas del edificio.

Con antelación a que Frida alcanzara la cama, el padre Raurich se giró. No dijo nada. Tan solo sonrió al descubrir quién era la visitante. Frida recordó el poder de aquella sonrisa. Era un influjo de ternura y comprensión que funcionaba a modo de apósito para las heridas del alma.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Frida—. Ya me han dicho que la operación ha sido un éxito y que se recuperará bien si hace lo que le dicen.

El padre Raurich se pasó la mano por los pocos cabellos que le quedaban y dijo:

—Bien, hijo, bien. Pero seguramente no me dejen volver a mi parroquia.

—¿No es demasiado pronto para pensar en eso? —dijo Frida mientras le alcanzaba al sacerdote el obsequio que le había llevado.

El padre Raurich aceptó el presente e intentó incorporarse en la cama. Ante el gesto de esfuerzo y molestia que se subió a su rostro, la tonadillera corrió a ayudarle. Inclinó el lecho y el padre Raurich se lo agradeció con efusividad.

—No tendrías que haber traído nada —regañó con cariño el religioso al abrir el paquete que le entregó Frida.

El padre Raurich extrajo el envoltorio y descubrió un ejemplar muy manoseado de Historia de un caballo, de Tolstoi. El sacerdote mostró el libro a Frida e hizo un signo de interrogación con la cara.

—Por fin puedo devolvérselo —dijo la tonadillera bajando la mirada.

—Estaba en buenas manos, Rana. En las mejores manos —dijo el padre con la misma sonrisa iluminando la estancia a la vez que dejaba el libro sobre la mesa que tenía al lado.

Frida se acercó al cura y este le invitó a tomar asiento en una butaca cercana, junto a la cabecera de su cama.

—¿Cuándo le darán el alta? —preguntó para que el silencio no se tornase incómodo tras sentarse en el sillón.

—Dicen los médicos que es pronto para hacer esas cábalas.

Fuera, la noche bajaba el telón poco a poco. Frida cruzó las piernas y se colocó de tal manera en su asiento que no obligase a girar demasiado la cabeza al padre Raurich cada vez que hablaran.



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