Orgullo y prejuicio (Clásica Maior) (Spanish Edition) by Jane Austen

Orgullo y prejuicio (Clásica Maior) (Spanish Edition) by Jane Austen

autor:Jane Austen [Austen, Jane]
La lengua: es
Format: mobi
ISBN: 9788484286608
editor: Alba Editorial
publicado: 2011-11-28T16:00:00+00:00


FITZWILLIAM DARCY

Capítulo XXXVI

uando el señor Darcy le dio la carta, Elizabeth no esperaba recibir una segunda propuesta de matrimonio, pero tampoco habría podido jamás adivinar lo que decía. Al descubrirlo, es fácil imaginar la avidez con que la leyó y las emociones tan contradictorias que despertó en ella. Es casi imposible describir sus sentimientos mientras la leía. Al principio le sorprendió que el señor Darcy creyera que podía justificarse; y tuvo la seguridad de que no podría ofrecerle ninguna explicación que su sentido del decoro no prefiriera ocultar. Cargada de prejuicios contra cualquier cosa que él pudiera decir, empezó a leer su relato sobre lo ocurrido en Netherfield. Y lo hizo con una premura que mermaba su capacidad de comprensión, pues la impaciencia por saber qué decía la frase siguiente le impedía entender el sentido de la que tenía ante ella. Decidió en seguida que el señor Darcy nunca había creído que a su hermana le resultara indiferente Bingley, y la enumeración de las verdaderas, de las más graves objeciones a la boda, la indignaron demasiado para albergar el menor deseo de hacerle justicia. El señor Darcy no le daba la satisfacción de lamentar lo que había hecho; en lugar de arrepentirse, se mostraba altanero. Era todo orgullo e insolencia.

Pero, cuando Elizabeth empezó a leer su relato sobre el señor Wickham, cuando fijó un poco más su atención en una serie de acontecimientos que, de ser ciertos, desmentían todas sus teorías sobre los méritos del oficial, y que además guardaban un alarmante parecido con la historia que éste contaba, sus sentimientos fueron aún más dolorosos y difíciles de definir. La sorpresa, el miedo, incluso el horror la atenazaron. Se negaba a creer aquellos hechos, y exclamó repetidas veces: «¡Tiene que ser falso! ¡No puede ser! ¡Sólo es una burda mentira!». Y, cuando llegó al final de la carta, sin enterarse apenas de qué decían los últimos párrafos, la guardó a toda prisa, asegurando que no volvería a poner la vista en ella, que jamás volvería a leerla.

En aquel estado de agitación, repleta de ideas que no tenían el menor fundamento, continuó su paseo; pero fue en balde; no tardó ni medio minuto en volver a desdoblar la carta y, recobrando el dominio de sí misma, comenzó de nuevo la penosa lectura de cuanto se relacionaba con Wickham, forzándose a analizar el significado de cada frase. El relato de sus relaciones con la familia de Pemberley coincidía exactamente con la versión que el oficial le había dado; y la bondad del difunto señor Darcy, aunque Elizabeth no hubiera conocido antes su alcance, se ajustaba perfectamente a su descripción. Hasta allí todo concordaba: pero, al llegar al testamento, se acababan las semejanzas. Recordaba muy bien lo que Wickham había dicho sobre el beneficio eclesiástico y, como se le habían quedado grabadas sus palabras, no podía sino creer que una de las dos partes actuaba con burda hipocresía; y, por unos momentos, tuvo la ilusión de que sus deseos respondían a la realidad.



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