Opiniones de un payaso by Heinrich BXll

Opiniones de un payaso by Heinrich BXll

autor:Heinrich BXll [Heinrich Böll]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788432200595
editor: Grupo Planeta
publicado: 2012-01-05T16:00:00+00:00


14

La vi volver a casa de noche. A la luz de la luna, el bien recortado césped parecía casi azul. Junto al garaje, ramas podadas, amontonadas allí por el jardinero. Entre la retama y las matas rojas de los acerolos, el cubo de la basura, listo para la recogida. Viernes por la noche. Ya sabría ella a qué olería la cocina: a pescado. También sabría las notas que encontraría, una de Züpfner sobre el televisor: «Tuve que irme urgentemente a casa de F. Besos. Heribert», la otra de a criada sobre la nevera: «Estoy en el cine, volveré a las diez. Grete (Luise, Birgit).»

Abrir la puerta del garaje, dar la luz: sobre la blanqueada pared, la sombra de un patinete y de una máquina de coser en desuso. En el rincón de Züpfner, el Mercedes probaba que Züpfner se había ido a pie: «Respirar aire, respirar un poco de aire, aire.» Barro en neumáticos y guardabarros recordaba viajes por el Eifel, discursos por la tarde ante las juventudes («luchar juntos, resistir juntos, sufrir juntos»).

Una ojeada hacia lo alto: también todo oscuro en el cuarto de los niños. Las casas vecinas con entradas de doble vía y separadas por amplios parterres. El patológico reflejo de los televisores. El padre y marido que vuelve a casa molestará como el regreso del hijo pródigo molestaría: no se degollaría ningún becerro, ni siquiera habría pollos a la parrilla, se señalaría fugazmente un resto de pasta de hígado que quedó en la nevera.

Los sábados por la tarde, reuniones de confraternidad, cuando los volantes de badminton saltaban por encima de la red impulsados por raquetas, cachorros de perro o de gato escapaban corriendo, volantes devueltos por una raqueta, recuperados los gatitos —«oh, qué monada»— o los perritos —«oh, qué monada»— en la puerta del jardín o a través de rendijas en el vallado. Reprimida la irritación en las voces, nunca personal; sólo de vez en cuando se sale de la impecable curva y traza arabescos en el cielo de la vecindad, siempre por motivos fútiles, nunca por los verdaderos: si un platillo se hace añicos con estrépito, un balón que rueda aplasta las flores, manos infantiles arrojan guijarros a la pintura de los coches, lo recién lavado y recién planchado es rociado por las mangueras del jardín, entonces las voces se vuelven estridentes, las voces que no pueden chillar ni por estafas ni adulterios ni abortos. «Hija, tienes los oídos supersensibles, toma una medicina.»

No tomes nada, Marie.

La puerta de la casa se abre: silencioso y confortablemente cálido. La pequeña Mariechen duerme arriba. Así pasa el tiempo: boda en Bonn, luna de miel en Roma, embarazo, parto: rizos castaños sobre níveas almohadas infantiles. ¿Te acuerdas de cuando él nos enseñó la casa y afirmó, lleno de vitalidad: «Aquí hay sitio para doce niños?» Y cómo ahora te examina durante el desayuno, el inexpresado «¿sí?» en sus labios, y cómo gritan los sencillos correligionarios y compañeros de partido, después del tercer vaso de coñac: «¡De uno a doce, van once, reza la cartilla!»

Se murmura por la ciudad.



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