Olegaroy by David Toscana

Olegaroy by David Toscana

autor:David Toscana [David Toscana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: General, Fiction
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2018-10-22T00:00:00+00:00


2

Una mínima noticia en el periódico del 17 de mayo informaba que el Señor de las Úlceras había confesado plenamente el asesinato de Antonia Crespo.

—¿Qué le habrán hecho? —el matemático soltó la pregunta sin esperar respuesta, sin embargo Salomé dio una lista de posibilidades: electrodos, agua mineral en la nariz, encierro en cuarto con ratas, inserciones rectales, agujas de tejer en los oídos, presión en los pulgares con cascanueces.

A Olegaroy le atemorizó saber que pudo ser él quien estuviese corriendo la suerte del Señor de las Úlceras.

La nota comentaba que al día siguiente se realizaría la reconstrucción del crimen con la presencia del asesino confeso.

—Si hubiera algo de verdadero en esta historia —dijo el matemático—, nos informarían cómo conoció a Antonia Crespo, el motivo de los celos, qué hizo el Señor de las Úlceras luego de matarla, si las úlceras venían de tiempo atrás o fueron consecuencia de su sentimiento de culpa.

—Tienes que salvar a ese hombre —Salomé besó a su marido en la frente—. Nadie debe pagar tan caro el hecho de parecerse a ti.

Diseñaron un plan sencillo. Olegaroy se presentaría esa madrugada ante la vecina de Antonia Crespo. Con voz de zarza ardiente le anunciaría que había acusado a la persona equivocada. «Infame mujer», Salomé propuso la frase, «tus mentiras han condenado a un hombre inocente.»

La única falla en el plan fue que Olegaroy no se atrevió a hacerlo. Finalmente resolvieron que el matemático lo acompañara. Fue él quien tocó la puerta hasta despertar a la señora, que se asomó por la ventana enrejada.

—¿Reconoce usted a ese hombre?

Olegaroy se hallaba en la banqueta, bajo la luz de un arbotante. Su aspecto de huérfano habría armonizado con un aguacero. Ellos habían supuesto que la mujer se iba a espantar; entonces se echarían a correr para perderse en cualquier calle oscura. Ella les cambió el plan con su respuesta:

—¿Ya vinieron a la reconstrucción?

El matemático lo pensó unos segundos.

—Tenemos que hacerlo ahora, pues calculamos que justo a esta hora ocurrieron los hechos.

Olegaroy estuvo esperando en vano la voz para huir.

La mujer salió en bata, con la llave de Antonia Crespo en la mano derecha. Murmuró «asesino» entre dientes antes de abrir la puerta. Al principio se negó a entrar, pero el matemático le aclaró que hacía falta un testigo. Se presentó como el teniente Fermat.

Salvo por la ausencia del colchón, Olegaroy halló todo sin cambio.

—Ande, señor criminal, cuéntenos cómo se dieron los hechos.

Olegaroy relató una escena vagamente erótica que comenzaba con la pareja bebiendo sidra y tenía su clímax en «nos hicimos cosquillas en el vientre». Comoquiera la señora se persignó. Luego Antonia Crespo había mencionado que estaba prendada de otro hombre, un joven rico y apuesto.

—Qué historia tan ordinaria —dijo el matemático.

—Si me hubiera dado tiempo, teniente Fermat, le habría compuesto una novela.

—¿Van a ejecutar al señor? —la mujer no le quitaba a Olegaroy los ojos de encima.

—Eso depende del juez.

—Yo siempre he pensado que si alguien mata a cuchilladas, se debe maniatar a esa persona y acuchillarla del mismo modo.



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