Ojos negros (Nuevos Tiempos) (Spanish Edition) by Eduardo Sguiglia

Ojos negros (Nuevos Tiempos) (Spanish Edition) by Eduardo Sguiglia

autor:Eduardo Sguiglia [Sguiglia, Eduardo]
La lengua: spa
Format: azw3
ISBN: 9788498418682
editor: Siruela
publicado: 2012-06-05T16:00:00+00:00


Amanecí otra vez entre tus brazos, comienza a cantar Vargas en un tono apagado. Pero rápidamente se calla. Piensa que su registro alto y disonante le ha causado demasiados problemas. Por sus gorjeos matinales más de una vez estuvieron a punto de echarlo del hotelito donde vivió al llegar a la ciudad.

«...Uno o dos días después Francisca me despertó muy temprano. Entró a mi habitación, me zamarreó con fuerza y me dijo que fuera rápido hacia el río. Se oían pasos y voces alrededor de la casa. Francisca se inclinó hacia mí. Estaba muy excitada. Vaya, salga ahora mismo, me dijo y se fue corriendo. No tardé más que unos minutos en salir. En el campamento había un gran alboroto. Las mujeres y los niños iban y venían de la barranca a la carrera y a gritos. Los niños se pasaban la voz, hacían gestos, reían, avanzaban en grupos de cuatro o cinco, para luego atropellarse en su afán por sacarse ventajas. Las mujeres, más lentas, estaban a medio vestir, otras envueltas en toallas de baño, con el pelo mojado y la cabeza cubierta de ruleros. Algunos niños empuñaban ramas que hacían sonar en el aire. Dos o tres se tropezaron conmigo, se levantaron en el acto y siguieron corriendo. Su entusiasmo era contagioso.

Cuando llegué a la barranca me abrí paso como pude. Entonces distinguí a los elefantes. Eran dos: uno enorme y otro más chico que podía ser su cría. Estaban parados en la orilla, con las patas hundidas en el barro. Alargaban las trompas, las sumergían en el agua y se bañaban tranquilos. Los mineros se habían amontonado al pie de la barranca. Las motobombas seguían funcionando aunque los picos, las palas y el resto de las herramientas habían sido abandonadas al voleo. Del otro lado, el soba, Luisinho y los guardias formaban un grupo compacto en la ladera, a mitad de camino entre la orilla y el punto más alto del terreno. Los guardias tenían los fusiles listos para disparar pero se mostraban indecisos. Más bien se cubrían los unos a los otros. A mi lado las mujeres y los niños daban saltitos o se abrazaban, sin dejar de gritar o de reír. Permanecí quieto unos segundos. Después me deslicé hacia el río.

Los mineros estaban callados, boquiabiertos, con la vista fija en los elefantes. Ninguno se atrevía a moverse del lugar. Algunos pocos se codearon para señalar los movimientos de la cría. Los elefantes eran amos y señores. En un momento el adulto movió su gran cabeza de golpe. Pareció enfurecerse. Levantó la trompa, gruñó y avanzó unos pasos, internándose en el río. Se veía enorme a la luz de la mañana. Todos retrocedimos trepando la cuesta. Pero el elefante detuvo la marcha, se afirmó sobre sus patas y salió caminando hacia el este. Las cabezas de los mineros se movieron como una para mirar al elefante que marchaba a paso majestuoso. Anduvo acompasado, hundiendo sus patas en el agua y en los hoyos de la mina. El más chico también movió la cabeza aunque tardó en arrancar.



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